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Actualizado: 14 de julio de 2025


En algunas rejas, seguían aún varios embozados, pertinaces e incansables, pelando la pava con sus novias. La mayoría había desaparecido ya. En la calle, lejos de la vista de Antoñona, don Luis dio rienda suelta a sus pensamientos. Su resolución estaba tomada, y todo acudía a su mente a confirmar su resolución.

Después de decirse que en estas islas la virginidad es una deshonra, creemos que bien puede asegurarse lo de los nidos en los rabos de los carabaos; lo de los misteriosos embozados de la calle de San Jacinto; lo de la persecución del anay por fuerzas del ejército; lo de los rabos de las indias de la costa de Baler lo de los tigres de Mariveles, y lo otro y lo otro, incluso el asegurar que el indio es indefinido.

Con tal motivo, encontrándose una noche en la calle de San Florencio don Pedro Miranda y don Feliciano Gómez, ambos embozados en sus carriks, con los estoques desenvainados, prevenidos para cualquier evento, don Feliciano le gritó a don Pedro desde lejos: ¡Eh, amigo, al arroyo! Phs, phs; sepárese usted contesta don Pedro.

Llegó mi padre a los pocos días y reventando caballos a Sevilla, una noche, antes de que se cerrasen las puertas, y encubriéndose con las sombras, fue a esconderse casa de su pariente, de quien mientras llegaba la hora de ir a vengar su honra, oyó la triste relación de su desdicha, y como al acabarse esta tocasen a maitines unas monjas que en la vecindad había, y fuese ya la hora, ambos, mi padre y su pariente, bien embozados y apercibidos, fueron a adelantar a don Baltasar, que nunca iba sino muy pasada la media noche.

Ya están ahí murmuró, y sus mandíbulas temblaban. Los dos hombres volvíanse a todos lados, como temiendo una sorpresa. Fueron al cañar, registrándolo: acercáronse después a la puerta de la barraca, pegando el oído a la cerradura, y en estas maniobras pasaron dos veces por cerca de Sènto, sin que éste pudiera conocerles. Iban embozados en mantas, por bajo de las cuales asomaban las escopetas.

Los recuerdos de la niñez seguían despertándose en él a la vista de la vieja escalera con su pasamano de caoba, rematado por un leoncito borroso y gastado, y de sus peldaños de azulejos del siglo anterior, en los cuales veíanse navios sobre un mar morado, con banderas más grandes que el casco, embozados de gruesas pantorrillas blancas con sombrero de picos y huertanas con cestos de frutas, todo en colores tostados y chillones.

Recuerdo que en la madrugada de un día de otoño frío y lluvioso, salí de mi pueblo para Madrid. Despedime de mi madre, y turbado y conmovido como nunca lo había estado, bajé a escape la escalera en compañía de mi padre. Ambos marchábamos embozados hasta las cejas, no si por miedo al frío o por no vernos las caras.

Huyendo de la recelosa curiosidad que despertaba su presencia en el templo, salió al claustro. Allí estaba mejor, completamente aislado. Los pordioseros charlaban sentados en los escalones de la puerta del Mollete. Pasaban por entre ellos los curas, embozados en el manteo, entrando apresuradamente en la catedral por la puerta de la Presentación.

Era un domingo de fines de febrero. La esquila de la Catedral acababa de tocar tres campanadas. Los visitantes de costumbre iban llegando; unos en sillas, envueltos en capisayos aforrados de martas; otros a pie, embozados completamente en sus ferreruelos o en sus capas de lluvia, y manteniendo apenas una abertura por donde escapaba el aliento blanquecino.

Salen dos hidalgos a tomar el sol muy embozados en sus capas, y se encuentran al revolver de una esquina. «Hola, compadre, dice el uno: ¿cómo vamos?» Y el otro contesta: «Trampeando: ¿y V., compadre?» «Trampeando, trampeando tambiénreplica el que hizo la pregunta. Así nada tienen que echarse en cara, y se van juntos de paseo, en buen amor y compaña.

Palabra del Dia

buque

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