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Luego le bastaba ver la sonrisa de Elena y la caricia de sus pupilas verdes y doradas para mostrar una confianza y una admiración iguales á las de Federico.

Duró cerca de dos meses, se gastó por largo, y la galantería de Núñez sufrió en el curso de él bastante menoscabo. La vida íntima, marital, descubrió a los ojos de Elena los puntos negros de aquel temperamento tan jovial y simpático en sociedad.

Usted vive muy por encima de esos chismes y cuentos y no puede, en efecto, ser confidente de tales calumnias... A lo más, Elena pudiera haber oído algo... Entre mujeres... Lo dudo. Elena odia la maledicencia; pero, en fin, si usted lo desea, la interrogaré...

La tertulia de Elena quedó estupefacta y aterrada. La composición estaba escrita con talento y esto mismo la hacía aún más aterradora. Muchos se despidieron inmediatamente; otros quedaron haciendo comentarios en voz baja, poco halagüeños para el poeta. Elena, cuyo miedo infantil a la muerte era proverbial en la familia, se sintió indispuesta a los pocos momentos.

Así es la verdad... Me las envió por una persona segura. ¿Puedo saber el nombre de esa persona? ¿Para qué?... Eso importa poco... Me importa mucho, al contrario, saber quién ha intervenido en un episodio tan lamentable para . Pues bien, puede usted preguntarla y sabrá que no miento: es Elena Lacante. ¡Elena! No pude contener un grito.

Hay momentos en que, aun a su lado, me ocurren pensamientos malos, desconfianzas y duros sarcasmos. Y la culpa es de Elena.

Reflexionó un instante, se secó los ojos y las mejillas y abrió la puerta del cuarto de Elena. Querida niña, guarda tu libro le dijo . Vamos a ir a pasear. Tu madre nos ha dado permiso para ir hasta la casa de Catalina.

Como entrábamos en lo más espeso del bosque y el sendero era allí estrecho, dejé a Gerardo que se adelantase con Elena y retuve detrás a Luciana. ¿Fue aquella visión de la muerte lo que había rozado nuestras vidas? ¿Fue la dulzura embriagadora de la resplandeciente Naturaleza lo que dio un impulso más fuerte a la avidez de vivir y de ser feliz que yace en nosotros?

Al llegar al salón se unieron á los tres varones que escuchaban inmóviles y apenas Elena hubo lanzado la última nota de su romanza, el italiano empezó á aplaudir y á dar gritos de entusiasmo. Canterac y el oficinista, por no ser menos, prorrumpieron igualmente en manifestaciones de admiración, expresándolas cada uno con arreglo á su carácter.

Gustavo Núñez la mantenía en perpetua risa con sus bromas picantes y excéntricas. El lindo hotel de la Castellana se convirtió en centro bullicioso de placer. Elena se entregaba a él más que con pasión con verdadera rabia. Naturalmente, no había mujer más mimada, más agasajada de sus amigos.