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Los socialistas, que se las echan de protectores del pueblo, en realidad quieren robarle al pretender que el pueblo los vote gratis. ¡Falsos apóstoles!, como dice un colega... Cuando llegan las elecciones es como si llegara una cosecha milagrosa. Una cosecha de cereales, de salchichones, de chorizos y de cigarros de a peseta con áureas sortijillas.

Sólo se aguardaba para celebrar la boda que el diputado sacase al novio un empleo de diez o doce mil reales que le habían pedido hacía más de un año. Doña Nicolasita estaba más impaciente que nadie; echaba mil maldiciones al diputado, decía que no servía de nada y conspiraba para que en las próximas elecciones eligiesen a otro que sacase empleos con más facilidad y prontitud.

Hay pueblos en los que la cosecha representa unos diez mil duros anuales, la industria unos cinco mil, y las elecciones ciento o ciento cincuenta mil. ¡Y aun hay quien echa pestes contra la ley del Sufragio! ¿Para qué queremos el voto? se preguntan algunas gentes. Y estas gentes, no sólo carecen de sentido político, sino que carecen también de todo instinto comercial.

Comen carne dos veces al día, desprecian la gallina del puchero, y prefieren el pollo asado. Pagan el sueldo de un instituidor y un médico comunal, construyen, sin necesidad de levantar empréstitos, un ayuntamiento y una iglesia, y votan a mi espiritual amigo el doctor Veron, en las elecciones municipales. Sus muchachas son preciosas, si no me es infiel la memoria.

Hombre, hombre... ¿Viene usted de la villa y no sabe que el gobernador pidió al Gobierno la separación del fiscal? Al parecer es cuestión de elecciones... Como yo me entero poco de política... Hace usted bien, señorito; hace usted bien; hace usted bien.

Durante las elecciones, cuando muchos, casi todos, le creían manejando la complicada máquina de las influencias, el único servicio positivo y directo que prestaba era el de agente electoral. Pedía un puñado de candidaturas a Mesía y las repartía por las parroquias electorales que visitaba en sus paseos de Judío Errante.

Tal cualidad había contribuido no poco a crearle aquella fama de fría y apática que tenía dentro y fuera de casa. Llegó el mes de abril y la familia se trasladó de nuevo a Sarrió. Efectuáronse elecciones municipales en junio, y Gonzalo salió elegido concejal, contra su gusto. Don Rosendo le había impuesto este sacrificio. Ventura, desde que entró el verano, parecía más animada.

Mientras proseguía embebecido en esta fructuosa tarea, el cura de la Segada apartóse un momento de la conversación y le clavó los ojos con expresión reflexiva. Después, volviéndose al conde con la misma voz de falsete, le dijo: La única persona que cuenta en este país con bastantes fuerzas para ganar unas elecciones es D. Baltasar Rodríguez.

En suma, para no cansar más a mis lectores, acabaré por decir que don Acisclo recogió al fin el premio de sus fatigas. Las elecciones llegaron, y D. Acisclo venció en las elecciones. Don Jaime Pimentel salió diputado por una gran mayoría. Algunos quieren dar a entender que D. Acisclo hizo mil tramoyas y falsedades; pero nada se pudo probar, y por consiguiente no debemos creerlo.

Esperé a que se acabasen las elecciones dichosas, porque creía que saldríamos de aquí y entonces se me pasaría el miedo.... Yo tengo miedo en esta casa, ya lo sabe usted, Julián; miedo horrible.... Sobre todo de noche.