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Cuando la voz del tenor terminó la última romanza y sus lamentos se perdieron en las bóvedas apostrofando a la ciudad deicida, «Jerusalén, Jerusalén», la muchedumbre se esparció, deseando cuanto antes volver a las calles, que tenían aspecto de teatro con sus focos eléctricos, sus filas de sillas en las aceras y sus palcos en las plazas.

Se nombró redactor en jefe a Sinforoso Suárez, con un sueldo de veinticinco duros mensuales, y administrador al hijo primero de don Rufo. Faltaba el papel. Se había telegrafiado a Madrid pidiendo una remesa, y no acababa de llegar. La impaciencia de Belinchón era grande. Telegramas iban y venían por los alambres eléctricos.

La noche le envolvía con todas las asechanzas de una selva virgen, mientras brillaba ante sus ojos una gran ciudad coronada de diamantes eléctricos, esparciendo en la negrura del espacio un halo de incendio. Tres veces pasó junto á los carabineros solitarios, pero no quiso hablarles. «¡Adelante!

El agua negra reflejaba las serpientes rojas y verdes de las luces de los buques. Un trasatlántico prolongaba las operaciones de carga al resplandor de sus reflectores eléctricos, destacándose sobre esta lobreguez con la animación de una fiesta veneciana. De tarde en tarde un hombre de lento paso entraba en el círculo de un reverbero, brillando el cañón de su fusil.

El abogado, que estaba sumido en sus reflexiones, levantó de pronto la cabeza y miró con curiosidad a aquella mujer. Convendría iluminar la sala pensó. El ujier, como si hubiera adivinado su pensamiento, oprimió uno tras otro los botones eléctricos. El público, los jurados y los testigos levantaron la cabeza y miraron las lámparas encendidas. Sólo los jueces permanecieron indiferentes.

Junto al agua brillaban los focos eléctricos del muelle y las linternas multicolores de los buques. Rompió a tocar la banda del Goethe la marcha triunfal con que saludaba el ingreso en los puertos. A un lado del buque surgió un murallón con espumas en su base. Era la escollera.

Otras mañanas se dirigía al jardín de la ribera de Chiaia por los mismos lugares que había pisado yendo con Freya. Esperaba verla aparecer de un momento á otro. Todo lo que le rodeaba tenía algo de ella. Arboles y bancos, aceras y candelabros eléctricos, la conocían perfectamente, por hallarse en su camino habitual.

Los medios puntos de cristales, que brillaban al sol como bocas ígneas, tragaban y tragaban gente. Por la noche continuaba el desfile á la luz de los focos eléctricos.

El pez muda poco y con lentitud, lo mismo que el hombre y los grandes animales, economizando, amontonando la vida, creándose el tesoro de un poderoso sistema nervioso dotado de innumerables alambres eléctricos que resuenan en la espina y el cerebro.

Estaba en todos los golpes de petits mots, sabía sacar partido de esas deducciones híbridas de las palabras, que los parisienses consiguen hacer con los dientes superiores y la nariz, indicando apenas las expresiones hasta casi llegar a formar una charla de monosílabos breves, rápidos, fugaces y casi eléctricos, que hacen la desesperación de todos los que han aprendido el francés por el Ollendorf.