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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Mientras los demás referían aventuras vulgares, sin gloria, él atento a sus pensamientos, con un codo apoyado en la mesa y la barba apoyada en la mano, fumaba un buen cigarro besando el tabaco con cariño y voluptuosa calma; los ojos animados, húmedos, llenos de reflejos de la luz y de reflejos eléctricos del vino, se fijaban en el techo.
En mitad del parque, sobre una eminencia del terreno, habían levantado los jesuítas una imagen de San José, con un arco de focos eléctricos.
Porque España no es un país cálido nada más que durante unos cuantos meses al año, y porque, desde que se han inventado los ventiladores eléctricos y la calefacción central, no hay países cálidos ni países fríos. El clima no existe ya como una determinante del carácter de los hombres. Son, al contrario, los hombres quienes influyen sobre el clima.
Brillaban los peñascos de basalto, semejantes a bloques de metal; centelleaban, cual si fuesen proyectores eléctricos, los tejados y los vidrios de las casas de la playa; los bosques despedían luz: cada hoja era un espejo. Los remates de las torres y los mástiles de los buques anclados en la bahía serpenteaban como espadas ígneas por encima de la niebla.
Y a lo lejos, cuando se perdía el tren en la penumbra de los grandes focos eléctricos, Sarrió, asomado a la ventanilla, agitaba su antiguo sombrero cónico. Me paso la mano por la frente como para disipar estos recuerdos.
A un lado, paredes blancas y charoladas reflejando la luz de los faros eléctricos del techo, y sillones abandonados en larga fila; al lado opuesto, una barandilla forrada de lona, ostentando entre columna y columna, como adorno decorativo, unos rollos salvavidas de color rojo con el nombre del buque pintado en blanco: Goethe.
Los barrios extremos confluían al centro de la ciudad, como en los días ya remotos de las revoluciones. Se juntaban los grupos, formando una aglomeración sin término, de la que surgían gritos y cánticos. Las manifestaciones pasaban por el centro, bajo los faros eléctricos que acababan de inflamarse.
Hay verdadera profusion de carreteras, lujo de comunicaciones, todas buenas: los hilos eléctricos cruzan la Suiza entera en todas direcciones. Caminos de hierro desde Basilea á Estrasburgo, Paris, Francfort, Berna.
Ustedes saben cómo son de noche las calles de Méjico: no hay ciudad en el mundo mejor alumbrada y con menos gente. Los focos eléctricos brillan formando racimos, para iluminar una soledad de desierto. Cree uno deslizarse por una de esas ciudades de Las mil y una noches, donde todo ha quedado inmóvil y dormido por obra de encantamiento.
Islas del Pacífico en las que hace cincuenta años los naturales asaban todavía para su consumo la carne humana, habían realizado en tan corto lapso de tiempo una evolución de siglos y hasta ensayaban el régimen socialista. Un país desierto lo transformaban en un lustro. Hacían surgir ciudades con paseos, estatuas y tranvías eléctricos, sobre una tierra habitada poco antes por avestruces.
Palabra del Dia
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