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A los tres meses de su regreso había caído ya en la misma vida perezosa, estéril y antihigiénica que antes de irse a las Brañas. Despierto, paraba muy poco en casa: en cambio dormía un número crecido de horas, lo cual le ocasionaba frecuentes disgustos con el cocinero y criado del comedor. Los almuerzos duraban desde las nueve hasta las doce.

Recordaba también a su padre, imponente personaje triunfador en el Parlamento durante veinte años por la corrección con que sabía llevar la levita así como por sus discursos solemnes, que duraban tardes enteras ante los escaños vacíos.

Diganlo si aquellos economistas que se oponian á las restricciones de la libertad de comercio cuando eran únicamente por el tiempo en que duraban las guerras; i eso no con todas las naciones, sino con sola aquella en cuya ofensa se ejercitaban las armas españolas. Díganlo tambien los tratados de paces en que se concertaba que fuese libre el comercio entre los vasallos de uno i otro reino.

No le guardaba rencor porque le hubiese quitado la tela de los versos. Restregaba la cabeza y el cuello contra la vestidura de la linda dama, y parecía gustar de que ella le pasase la mano por el largo cuello y por las alas, y le alisase las plumas. Estas mudas conferencias, que tenían lugar dos o tres veces cada semana, duraban poco y no se puede decir que fuesen muy amenas.

De esta diversa disposición de ánimo nacieron las primeras disputas, leves y cortas aún, de los dos amantes, reyertas que al principio sirvieron de diversión a Baltasar, porque, a veces, hasta la contrariedad distrae. Al menos, mientras duraban, no venía el importuno bostezo a descoyuntar las mandíbulas.

Pero si el bueno puede caer en la tentación del mal, su misma bondad de ella le obliga a apartarse avergonzado; que si bien la fuerza del amor puede enloquecer a las mujeres, y en efecto, con suma frecuencia las enloquece, nunca el crimen cometido deja de volver sobre la conciencia, y morderla y despedazarla, haciendo imposible toda felicidad y contento, que si Cervantes pensaba que en algunas horas no podía Margarita haberse empeñado por él en un amor tal, que por él la vida se le hiciese odiosa, pensaba también que no hacía mucho más tiempo que sus amores con doña Guiomar duraban, y atendiendo a la realidad, ningún empeño de honra con doña Guiomar tenía, en tanto que en la mayor deuda de honra en que un hombre puede hallarse con una mujer, lo estaba por Margarita.

Andaban siempre absortas en la supuesta contemplación, mortecinas y descoloridas, y sentían un ardor terrible que las quemaba, unos saltos y ahíncos en el corazón que las atormentaba, y una rabia y molimiento en todos sus huesos y miembros que las tenía desatinadas y descoyuntadas..... El padre Alvarez les certificaba que aquello era efecto y gracia del Espíritu Santo; y llevando al último extremo la profanación y el sacrilegio, comulgaba diariamente á sus beatas con varias hostias y partículas, diciéndoles que mientras más Formas, más gracia, y que no duraba la gracia en el alma más de cuanto duraban las especies sacramentales

No era obstáculo para esto la niñez, más bien moral que física, de D. Diego, pues siendo entonces costumbre emparentar lo más pronto posible a los mayorazgos, los casaban fresquitos y antes que tuvieran tiempo de asomar las narices por las rendijas de la puerta del mundo, donde, al decir de D. Paco, no había sino perdición y desvanecimiento para la juventud, porque las dulzuras de la copa de los placeres duraban breves instantes, mientras que sus amargas heces trascendían por luengos años.

Las excursiones duraban siempre un día. Era condición imprescindible que había puesto Moreno. Y aun así apuraba casi siempre para la vuelta a fin de no llegar después de las siete de la tarde.

El arma moderna que sólo emite un proyectil en cada disparo les parecía insuficiente, y sobre el cartucho añadían un puñado de pólvora y otro de balas, atacándolo todo fuertemente. Si el arma no reventaba en sus manos, el agresor estaba seguro de hacer polvo a su contrario. Los cortejos duraban meses y años.