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Las tropas de la casa no habían salido; la caballería avanzaba, y los nacionales llegaban ya al palacio de Liria. Es una locura; huyamos gritó Pinilla. ¿Y qué hacemos con éste? dijo uno, señalando el cadáver del Doctrino. ¿Qué hemos de hacer? ¡Bonita reliquia para cargar con ella! ¿Tiene algún papel en el bolsillo? ¡A ver, quitárselo pronto! Pinilla le registró cuidadosamente.

Mira dijo el otro sacando cuatro onzas y algunos doblones de un bolsillo grasiento. ¡Ah, marrajo! exclamó Aldama, mirando con brillantes y ávidos ojos el oro: dame siquiera una. Debo cuatro meses de casa y más de seis duros de prestado. Poco á poco: no hay que despilfarrar el tesoro del Rey dijo el Doctrino, guardándose majestuosamente en el bolsillo el erario revolucionario.

Pues no escapará, ni su padre tampoco. Lo mismo digo yo exclamó Aldama, que estaba muy pesaroso porque el amo del café no le había querido fiar una botella de Málaga. Chitón, que viene alguien. ¿Quién es? ¡Ah! Lázaro Lázaro entró y saludó á su amigo. Buenas noches, buena pieza le dijo el Doctrino.

Aquel viejo le había de quitar también los únicos momentos de reposo que sus desventuras le permitían. ¿Conoces aquí á un jovencito que se llama Alfonso Núñez, y á otro que se llama Roberto, conocido generalmente por el Doctrino? , señor contestó Lázaro atemorizado, por creer que también le iba á participar la muerte de sus dos amigos.

Lo que es que se lo dijeron al Doctrino, y él fué allá y les vió salir. Después no por qué medio se ha enterado de quiénes son todos ellos. Allí van Quintana, Martínez de la Rosa, Calatrava, Álava, y hasta Alcalá Galiano se ha metido entre esa gente. Lázaro quedó mudo de terror.

El caminaba seguro hacia su fin: la paciencia, la constancia, la reflexión madura, la astuta discreción le guiaba; era hombre hábil y con facultad portentosa para idear y poner en práctica proyectos como el que le vemos desarrollar ahora. Bien contestó el Doctrino: yo convengo en que es preciso hacer eso que usted dice, y ver el modo de que el pueblo bajo satisfaga su sangriento deseo.

Ya veis cómo para acabar con el liberalismo, hay que acabar con ellos. Esto lo dijo con una resolución tan cínica y tan descarada veracidad, que el mismo Doctrino, que era un infame, sintió cierta repugnancia. Pues bien continuó Coletilla: toda la execración del atentado caerá sobre los liberales exaltados, que son los que lo perpetran; el golpe va á herir directamente al liberalismo.

Cuando contamos nuestras filas y vemos que la mayoría de España está con nosotros, ¿no hemos de tener confianza? Eso mismo digo yo manifestó Aldama, que en presencia de Coletilla no hablaba nunca; pero sabía recobrar, cuando él no estaba, el uso de su muletilla. ¿No ha venido Lázaro? preguntó el Doctrino á Alfonso. No estaba en su casa. Tal vez venga más tarde.

Ramón echaba vino en un vaso que iba corriendo de mano en mano; el queso fué distribuido, y el pan desapareció en poco tiempo. Lázaro no se mostraba parco en comer, porque la verdad era que tenía buen apetito y se sentía desfallecer por momentos. Vamos, Ramoncillo dijo el Doctrino léenos un poco de esa tragedia para llorar, que llamas Petra. ¿Qué Petra ni Petra? replicó el poeta.

Si hemos de verle nosotros, tenemos que dirigirnos al naciente club de La Fontanilla, donde el buen realista conversaba muy calurosamente con el Doctrino y con el otro joven llamado Aldama, de quien ya tenemos noticia. Indiquemos la variación que había ocurrido en aquella casa. El poeta había volado.