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Uno de ellos, aburrido de su inmobilidad en la movilidad del tren, propuso una partida de monte, con apuestas de menor cuantía. A falta de naipes nos rogó á todos que le diésemos nuestros billetes de trasporte, y con ellos arregló, pintando números en los reversos blancos, cuatro pares de ases, doses, treses y cuatros.

Entramos en el bajel; dímosles las gracias por el bien que nos hacían, mostrándonos más agradecidos que quejosos; ellos se hicieron a lo largo, siguiendo la derrota del estrecho; nosotros, sin mirar a otro norte que a la tierra que se nos mostraba delante, nos dimos tanta priesa a bogar que al poner del sol estábamos tan cerca que bien pudiéramos, a nuestro parecer, llegar antes que fuera muy noche; pero, por no parecer en aquella noche la luna y el cielo mostrarse escuro, y por ignorar el paraje en que estábamos, no nos pareció cosa segura embestir en tierra, como a muchos de nosotros les parecía, diciendo que diésemos en ella, aunque fuese en unas peñas y lejos de poblado, porque así aseguraríamos el temor que de razón se debía tener que por allí anduviesen bajeles de cosarios de Tetuán, los cuales anochecen en Berbería y amanecen en las costas de España, y hacen de ordinario presa, y se vuelven a dormir a sus casas.

Se infiere de esto que una diferencia puede ser infinita en cierto sentido, segun la acepcion que diésemos á la palabra infinidad. En general teniendo un valor infinito cualquiera, podemos sacar con respecto á él una diferencia finita cualquiera, con tal que no tomemos por substraendo, un valor finito dado.

»Pusimos nuestras centinelas en tierra, y no dejamos jamás los remos de la mano; comimos de lo que el renegado había proveído, y rogamos a Dios y a Nuestra Señora, de todo nuestro corazón, que nos ayudase y favoreciese para que felicemente diésemos fin a tan dichoso principio.

Los enemigos sacaron su artillería y municiones en tierra sin que les diésemos empacho, más que tocarles algún arma. Otra noche invió D. Alvaro á un caballo ligero que se llama Miguel de Huerta, buen soldado, que fuese marina á marina y mirase si hallaba siete barriles pasada una mezquita que estaba entre el campo y el fuerte.

Y otro, y diez más, y las melodías de los grandes maestros más cariñosos al oído, y por fin, el vagar poético de una mano de artista sobre las tristes cuerdas de una guitarra, que responden a la caricia acariciando... Y la noche avanzaba, el silencio del bosque se hacía más profundo, las estrellas palidecían, sin que nos diésemos cuenta del rápido correr de las horas... ¿Dónde, dónde encontrar en esta vida sin reposo, ni aun en las cumbres del arte humano, algo que iguale la impresión soberana de la naturaleza, en los instantes en que se entreabre y deja, como la Diana griega, caer sus velos a sus pies y se muestra en toda su belleza?...