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Así, pues, todo está bien. Nada de discusiones ni pleitos. Por esta vez no utilizaré los retazos de conocimientos variados que he sacado de los manuales de Derecho. El testamento ha sido leído por el notario en presencia de Elena, como ayer velada y encapuchada con su gran sombrero y tan menuda y pequeñita con sus ropas de viuda, que inspiraba profunda piedad.

Varios señores respetables, con la solapa condecorada, paseaban entre las mesas con aire de oficiales de servicio, para convencerse de que todo iba perfectamente. Allí donde las voces subían de tono se presentaban con paso rápido para cortar los discusiones. Cuando dos «puntos» se disputaban una misma puesta, resolvían inmediatamente el pleito pagando á los dos.

Páez, cronista del Rey D. Felipe, á fin de que en sus oficios, donde se guardó original , surtiera efectos más fáciles de lograr que con réplicas y discusiones. Por dicha se ha conservado este importante documento, que también ahora se estampa, ofreciendo, con el sello personal del estilo de los dos jefes principales del ejército en la jornada, datos con que mejor conocerlos y juzgarlos.

No podemos por más tiempo aguardar a que resuelvan el asunto esos agentes forestales que nos mandan de París y que no hacen sino engañarnos... Bien clara había de ver con esto Delaberge la animosidad de su contrincante. Las duras e irritantes palabras de Simón tenían un carácter de violencia que no consienten las discusiones puramente jurídicas.

Entraba en discusiones que le volvían loco, y me permitía apreciaciones que a menudo chocaban y herían sus más caras opiniones. Contrariarle, fastidiarle, rebatirle sus ideas, sus gustos y sus afirmaciones, era para mi un placer inmenso. Me hizo arder la sangre y me avivaba el ingenio.

Echábanles sobre los lomos la gran silla moruna de alto arzón y asiento amarillo, con estribos vaqueros, y había bestia que al recibir este peso estaba próxima a doblar las patas. Potaje mostrábase altanero en sus discusiones con el contratista de caballos, hablando en nombre propio y en el de los camaradas, haciendo reír hasta a los «monos sabios» con sus gitanescas maldiciones.

León, y a todos contestaba; era militar retirado aunque no muy viejo, no pasando de los cincuenta a mucho estirar: su graduación en el ejército era materia de arduas y prolongadas discusiones en el colegio: mientras unos le hacían capitán o comandante, otros no le dejaban pasar de sargento, y estaban en lo firme.

Los grandes planes que debían imponerse al comité, para que éste los impusiese al público, salían de allí, y en su elaboración tomaban parte las cabezas supremas, que deliberaban como una especie de estado mayor, sin que los jefes subalternos tomasen parte en las discusiones.

Largas y vivas eran las discusiones sobre la persona que debería en realidad merecer la acusación. ¿Era el Príncipe el homicida? Y la nihilista ¿era inocente o cómplice? Las opiniones se dividían en esto también: según algunos, el hombre había cometido el delito por celos de Vérod, y, según otros, la mujer lo había cometido por espíritu de rivalidad.

Sin duda que no. ¿Había, pues, de desistir ella de ir a parte alguna; había de seguir encerrada entre cuatro paredes en la flor de su juventud, y condenar a Inesita al mismo suplicio porque no hallaba una sociedad perfecta, por todos estilos, donde poder presentarse? En varias discusiones que tuvo Beatriz con su marido acerca de este negocio, siempre le hizo callar y salió victoriosa.