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Actualizado: 15 de junio de 2025


No era frío, era miedo. ¿Qué diría el viejo si estuviera allí? Sus pies tocaban la barraca, y al pensar que tras aquella pared de barro dormían Pepeta y los chiquitines, sin otra defensa que sus brazos, y en los que querían robar, el pobre hombre se sintió otra vez fiera. Vibró el espacio, como si lejos, muy lejos, hablase desde lo alto la voz de un chantre. Era la campana del Miguelete.

¡Holgazanazas! ¡Pendonas! Mejor estabais en vuestras casas espumando el puchero o recosiendo calcetas... ¡Lástima de vara de fresno! Si yo fuera marido o padre vuestro, ya os diría lo que era candonguear a todas horas por la iglesia... Estos y otros requiebros semejantes eran los que el cura murmuraba por los rincones de la iglesia en tono bastante alto para que pudieran oírle.

Dime si esto es posible. Ya sabes contestó el anciano mahatma que mi ciencia es más de lo interior que de lo exterior. Todo eso y más sabré yo cuando llegue a enlazarme con Atma. Por ahora, ni lo , ni me importa saberlo, ni te lo diría aunque lo supiese. Y la razón es obvia.

No se puede amar a quien no ama. ¿Diría usted lo mismo si fuera usted el abandonado? Y como ante esta sólida argumentación el joven permanecía mudo y confuso, el juez repuso en tono diferente: ¡Ah! ¡No estamos tan lejos como probablemente usted cree, del objeto de nuestras indagaciones!

¡Quién diría que estamos en un buque! exclamó . Usted, Fernando, que es poeta, u otro escritor profesional, si hubieran de describir esta parte del Goethe, ¡qué cosas tan hermosas dirían... y tan falsas! De seguro que el lugar donde estamos sería el templo del fuego y las máquinas los altares.

Lo que yo decía, ó iba á decir, es que el ir á un baile no es motivo para que usted deje de saludar en la calle. ¡Jesús!; ¿qué se diría! ¿Cómo que «qué se diría»? Pues es claro.... ¡Tratarse usté con costuderas! Lo dice usted con un retintín.... No por cierto, hijo; pero es la verdad. Pues no hay tal cosa. Yo saludo á todo el mundo en la calle, con muchísimo gusto ... y sobre todo á usted.

Cuando Pepita y yo nos damos la mano, no es ya como al principio. Ambos hacemos un esfuerzo de voluntad, y nos transmitimos, por nuestras diestras enlazadas, todas las palpitaciones del corazón. Se diría que, por arte diabólico, obramos una transfusión y mezcla de lo más sutil de nuestra sangre. Ella debe de sentir circular mi vida por sus venas, como yo siento en las mías la suya.

Temía las visitas de éstos, y aun a los más íntimos les daba cita en el salón del Ateneo llamado de la «Cacharrería». Feli, por su parte, también experimentaba los beneficiosos efectos de la nueva existencia. Mostrábase alegre; sólo de tarde en tarde pasaba una nube por sus ojos, acordándose del Mosco. ¡Qué haría su padre en la casucha de las Carolinas! ¡Qué diría de ella!...

¿Pero de qué he de echcucharme, y por qué echach buenach nochech? ¡Cualquiera diría que he cometido una torpecha, cheñor mío! El marqués no le respondió una palabra; pero hizo señas a los criados que circulaban por el salón. Entreabriose la puerta, y escuchose una voz que gritaba en la antecámara: ¡La servidumbre del señor L'Ambert!

¡Es Rafael! exclamó admirada, Rafaelito... ¿y has venido con este tiempo? ¿Y si te ahogas? ¿qué diría tu madre?... ¡Qué locura, Señor! Pero no era locura, y si lo era resultaba muy dulce. Se lo decían a Rafael aquellos ojos claros, luminosos, con reflejos de oro, que le acariciaron con su contacto aterciopelado tantas veces como osó levantar la vista.

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