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Los amigos más sensatos del Reverendo Arturo Dimmesdale, como ya hemos indicado, se imaginaban, muy fundadamente, que la mano de la Providencia había hecho todo esto con el objeto, demandado en tantas preces, así públicas como privadas, de restaurar la salud del joven ministro.

Vendrían igualmente los dignatarios de la iglesia del Sr. Dimmesdale y las jóvenes vírgenes que idolatraban á su pastor espiritual y le habían erigido un altar en sus puros corazones.

Dimmesdale arreglaron las cosas de modo que los dos se alojaran bajo un mismo techo, de manera que el facultativo tuviese más oportunidades de velar por la salud del joven eclesiástico. Gran alegría causó en la ciudad este arreglo. Se creía que era lo más acertado para el bienestar del Sr.

En la novela se menciona á Wilson con su propio nombre; de modo que no puede confundirse su identidad con la de Dimmesdale; ni hay tampoco motivos para suponer que Hawthorne tuviese la más ligera intención de que Juan Cotton ó Tomás Cobbett, de Lynn, cargasen con el delito de su ministro imaginario.

Cuando la luz estuvo más cerca, pudo distinguir la figura de su hermano en religión, ó para hablar con más propiedad, de su padre espiritual al mismo tiempo que muy estimado amigo, el Reverendo Sr. Wilson quien, como el Sr. Dimmesdale conjeturaba con razón, había estado rezando á la cabecera de un moribundo.

Tal era el estado del joven Dimmesdale, y tan inminente el peligro de que se extinguiera esa naciente luz del mundo, antes de tiempo, cuando Rogerio Chillingworth llegó á la ciudad. Su primera entrada en escena, sin que se supiera de dónde venía, si era caído del cielo ó si procedía de las regiones inferiores, le daba cierto aspecto de misterio, que fácilmente se convirtió en algo casi milagroso.

No, replicó Dimmesdale llevándose la mano al corazón, con una rápida rubicundez en la frente y una contracción de dolor en el rostro, si yo fuera más digno de ir allí, tendría más satisfacción en trabajar aquí. Los hombres buenos siempre se forman de propios una idea demasiado mezquina, dijo el médico.

Dimmesdale, cuya sensibilidad nerviosa era frecuentemente para él una especie de intuición espiritual, tenía á veces una vaga idea de que algo, enemigo de su paz, se había puesto en medio de su camino.

Dimmesdale llegara á su morada, su sér íntimo le dió otras pruebas de que una revolución se había operado en su modo de pensar y de sentir. Á la verdad, solo á una revolución de esa naturaleza, completa y total, podían atribuirse los impulsos que agitaban al infortunado ministro.

Dimmesdale por los ministros más ancianos de Boston y por los dignatarios de su misma iglesia quienes, para emplear su propio lenguaje, le amonestaron acerca del pecado que cometía en rechazar el auxilio que la Providencia tan manifiestamente le presentaba. Los oyó en silencio y finalmente prometió consultarse con el médico. Si fuere la voluntad de Dios, dijo el Reverendo Sr.