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Si entónces se nos dijera: «y tal cualidad, ¿cómo es que no se encuentra aquí? ¿porqué tal otra se halla en mayor grado? porqué?...» «Imposible seráreplicaríamos quizas nosotros, «satisfacer todos los escrúpulos de V.; lo que puedo asegurar es, que los personajes que figuran aquí los tengo bien conocidos; y que no puedo equivocarme sobre los rasgos de su fisonomía, porque los he visto muchas veces

El ganso de Nicolás fue quien lo echó a perder tomándolo por lo religioso... Si al menos se llegara a y me dijera: «tía, yo me veo en este conflicto, yo he faltado o voy a faltar, o puede que falte si no me atajan...». Demasiado sabe ella que con este mundo que yo tengo y con lo bien que discurro, gracias a Dios, le abriría camino para poner a salvo el honor de la familia.

En la escuela los muchachos le miraban como un ser superior que por bondad descendía a educarse entre ellos. Una plana bien garrapateada; una lección repetida de corrido, bastaban para que el maestro, que era del partido para cobrar el sueldo sin grandes retrasos, dijera con tono profético. Siga usted tan aplicado, señor de Brull. Usted está destinado a grandes cosas.

Mal podía ser así, cuando sólo se enteraban de ellos los taquígrafos y algún que otro curioso por observar, no lo que se dijera, sino el modo de decirlo.

Agua usada para el señor capitán y maestre y buena compaña. ¡Viva, viva el rey de Castilla por mar y por tierra! Y quien le diere guerra, que le corten la cabeza. Y quien no dijera amén, que no le den de beber. Tabla en buena hora, quien no viniere que no coma.

El caso es que mi hermana alabó mucho mis resoluciones, y hasta me prometió hacer un viaje a España con todos sus hijos, ya que a su marido no le podía arrancar de sus ingenios y cafetales ni con agua hirviendo, sólo con el fin de vivir conmigo una buena temporada en la casona tan pronto como yo la dijera que ya se hallaba habitable.

vi Miraba el hueso del dátil que se acababa de comer, y como si el hueso le dijera que , hizo ella un signo afirmativo y algo desconsolado... «¡Vaya si lo estoy!». Quedose tan profundamente ensimismada, que olvidó dónde estaba. Pero levantándose de repente, echó a andar hacia abajo, como los que llevan en el cerebro ese cascabel que se llama idea fija.

Cuando yo esté en mi posición, en mi verdadera posición, no diré jamás una mentira. ¡Cuánto me repugna lo que no es verdad!... ¿Pero qué pensaría esa gente si yo les dijera que voy de paseo con Miquis?... Es domingo, hoy no tiene clase, y anoche me dijo que quería enseñarme las cosas bonitas de Madrid, el Museo, el Retiro, la Castellana». Y volvió a mirarse las botitas.

Los paseítos por la noche para tomar el tranvía del barrio; las excursiones a algún teatro de verano; las tertulias en casa de Samaniego o de Rubín; las garatusas del crítico en la calle; la romántica figura de Olimpia colgada en el balcón como una muestra o insignia que dijera: «aquí se ama por lo fino»; las extravagancias de Ballester; los espasmos de Maxi, todo continuaba repitiéndose de día en día con regularidad de programa.

Si te dijera que es imposible, te quitaría la esperanza, te retraería de la empresa y te despojaría del mérito de haberla acometido. Y si te dijera que es posible, aún te despojaría más del mérito y de la gloria, porque con la seguridad de alcanzar fin tan alto, ¿quién, a no ser muy cobarde no pone los medios? No extrañes, pues, que me calle y dame gracias por mi silencio.