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Diciendo estas palabras, se acercó Amaury al doctor, tomole la mano casi a la fuerza, y después de besársela salió.

Pero enredándose en estos líos muchas veces, fué al mostrador; llenóle con la tiza de números como la palma de la mano; los borró dos veces con saliva y la manga del chaquetón; escribiólos de nuevo, y al fin volvió a la mesa, diciendo en seco: Tres pesetas, con la estaca.

Protesté, pues, contra dicha Proclama, amenazando también con romper inmediatamente las hostilidades; pues el pueblo entero clamaba, «traición», diciendo con fundamento, que la anunciada Comisión civil pedida por el almirante Dewey, era una farsa y que lo que había pretendido el General Otis era entretenernos para traer refuerzos y más refuerzos de los Estados Unidos, con objeto de aplastar de un sólo golpe nuestro novel y mal armado ejército.

Es el caso que en aquel momento llegaba de la tienda de Graells, donde acostumbraba a pasar las noches, el invicto ayudante de marina Alvaro Peña, que tenía su domicilio en la calle del Azúcar. Al escuchar los gritos de su amigo, echó a correr hacia el sitio, diciendo: ¿Qué pasa, Sinforoso, qué pasa? ¡Auxilio, don Alvaro, que me matan!

Estoy lucido, como hay Dios». Fortunata le cogió gallardamente en brazos y le metió en la cama. Aún podía ella más. Ambos se reían; pero después de la risa, Maximiliano dio un suspiro, diciendo con la tristeza mayor del mundo: «¡Qué fuerza tienes!... ¡Y yo qué débil! ¡Y a este llaman sexo fuerte! ¡Valiente sexo el mío!».

Al movimiento de las pisadas en el suelo, los dos chinitos comenzaban a saludar amablemente, y parecían rivalizar en zalamerías. Cuando me dejaban entrar en la sala, me pasaba el tiempo mirándolos y diciendo: Abuelita, ahora dicen que , ahora que no. Ahora , ahora no. Mi abuela poseía también un loro, Paquita, que dominaba el diálogo y el monólogo. Se le preguntaba: Lorito, ¿eres casado?

La arena terminaba diciendo Ferragut ha cambiado en el Mediterráneo las rutas comerciales y los destinos históricos.

Nueva sonrisa y una mirada sostenida, de las pocas que se toleraba. Ana tuvo un miedo pueril que la embelleció mucho, como pudo notar y notó De Pas. Ayer ha estado usted en el teatro. La Regenta abrió los ojos mucho, como diciendo irreflexivamente: ¿Y eso qué?

Diciendo estas palabras, el señor Aubry tomó afectuosamente el brazo de su mujer y la mano de su hija, como cuando era pequeña, y agregó alegremente: ¡A la mesa, hijas mías! Por la noche, cuando María Teresa se retiró a su cuarto, se instaló cerca de la chimenea, con un libro; pero su espíritu volaba lejos de lo que trataba de leer.

Entró, anegado en lágrimas el rostro, diciendo: «Yo no qué tiene la señora; yo no qué tiene esta casa, y estos niños, y estas paredes, y todas las cosas que aquí hay: yo no más sino que no me hallo en ninguna parte.