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Actualizado: 12 de julio de 2025


Allí, en días más dichosos, estábamos con los viejos y los niños de la familia pasando felizmente las horas caldeadas del día como en un salón de verano.

No alcanzan perezosos honrados triunfos ni vitoria alguna, ni pueden ser dichosos los que, no contrastando a la fortuna, entregan, desvalidos, al ocio blando todos los sentidos. Que amor sus glorias venda caras, es gran razón, y es trato justo, pues no hay más rica prenda que la que se quilata por su gusto; y es cosa manifiesta que no es de estima lo que poco cuesta.

Y nunca he dudado que me compadeció desde el fondo del corazón, a poco que razonara sobre los peores desastres que podía presumir en el porvenir incierto de su propia vida. Trabajaba cuando le sorprendí. Su mujer estaba cerca de él y tenía en el regazo un niñito de seis meses que les había nacido durante mi destierro. Eran dichosos.

M. L'Ambert le hizo saber, de un modo delicado, que echaba mucho de menos la vecindad de su ayuda de cámara, y el mismo Romagné solicitó autorización para alojarse en las buhardillas, adjudicándosele entonces un cuartucho que las freganchinas no habían querido nunca. «¡Dichosos los pueblos que no tienen historiaha dicho un sabio.

Soy culpada, muy culpada: pero te juro que jamás preví que pudieran haber tenido mis culpas tan fatales consecuencias para ti. Quisiera yo volverte la paz a costa de mi sangre. Quisiera morir para que y Braulio fueseis dichosos. La maldad, el pecado de que me motejas, le reconozco, le confieso, y estoy pronta a recibir por él el merecido castigo.

Por ir dedicado á V., quisiera yo que fuese mejor que Pepita Jiménez, á quien V. tanto celebra; pero harto sabido es que las obras literarias, y muy en particular las de carácter poético, sólo se dan bien en momentos dichosos de inspiración, que los autores no renuevan á su antojo. En esto como en otras mil cosas, la poesía se parece á la magia. Requiere la intervención del cielo.

Se les admite en las oficinas, se dulcifica su suerte y se les hace casi dichosos... Pero ¿cuántos se hacen dignos de esos favores?... La mayor parte no tienen más que una idea: robar y escaparse... El secretario tomó aliento. Su oyente le había escuchado con una atención que le halagaba, y ya se preparaba á proseguir, cuando Tragomer le preguntó: ¿Son frecuentes esas evasiones?

Fernando, acosado por sus ruegos, prometió obedecerla. ¿Qué deseaba?... Una cosa insignificante, que expuso ella con sencillez. No quería ir a América: marchaba hacia Buenos Aires como un animal que va al degolladero. Aún estaban a tiempo los dos para ser dichosos.

»Volvimos a nuestra existencia tranquila, a nuestros estudios, a nuestras acostumbradas conversaciones; y más felices y dichosos que antes de la tempestad, nos parecíamos a los marineros salvados milagrosamente de un naufragio.

Un gran país continuó Nélida . Allí únicamente se vive. ¿Y no quieres llevarme? ¡Tan dichosos que seríamos los dos!... Di, ¿por qué no quieres? Fernando quedó indeciso. No sabía qué contestar a esta loca, de una amoralidad desconcertante. Era inútil exponer razones de honor, hablar de su dignidad, que no podía adaptarse a este género de existencia. Jamás llegaría a entenderle.

Palabra del Dia

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