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Actualizado: 21 de octubre de 2025


En El Hércules de Ocaña nos presenta Diamante al famoso espadachín Céspedes, muy popular en España por su fuerza y por su valentía casi increíble, especie también de personaje mítico ó tradicional.

1 El vaquero de Granada, de D. Juan Bautista Diamante. 2 La dicha del carbonero y Lorenzo me llamo, la nueva, de D. Juan de Matos Fragoso. 3 Hay culpa en que no hay delito, de D. Román Montero de Espinosa. 4 El mancebo del camino, de D. Juan Bautista Diamante. 5 Los sucesos de tres horas, de Luis de Oviedo. 6 Fiar de Dios, de D. Antonio Martínez y D. Luis de Belmonte.

12 y pusieron su corazón como diamante, para no oír la ley ni las palabras que el SE

Lo que yo digo: no te abrigas. ¡Qué cosas tenéis y Villalonga! ¡Pararse a hablar a las diez de la noche en la esquina del Ministerio de la Gobernación, que es otra punta del diamante! Te vi. Venía yo con Cantero de la Junta del Banco. Por cierto que estamos desorientados.

Bastan todas estas razones para pensar, aun sin datos exteriores que lo corroboren, que este drama hubo de escribirse antes del año 1636, fecha en que apareció el Cid de Corneille. La tragedia francesa ha de mirarse, pues, como compilación de la de Diamante y Guillén de Castro.

Era una soberbia alhaja, comprada aquella mañana por Rafaela en los bazares de Liquidación por saldo, a real y medio la pieza, y tenía un diamante tan grande y bien tallado, que al mismo Regente le dejaría bizco con el fulgor de sus luces. En la fabricación de esta soberbia piedra había sido empleado el casco más valioso de un fondo de vaso.

Candido les presentaba á Martin y á Cacambo: todos se abrazaban, todos hablaban á la par; bogaba la galera, y estaban ya dentro del puerto. Llamáron á un. Judío á quien vendió Candido por cincuenta mil zequíes un diamante que valia cien mil, y el Judío le juró por Abrahan, que no podia dar un ochavo mas.

Apénas llegó á la posada, le acometió una ligera enfermedad originada del cansancio; y como llevaba al dedo un enorme diamante, y habian advertido en su coche una caxa muy pesada, al punto se le acercáron dos doctores médicos que no habia mandado llamar, varios íntimos amigos que no se apartaban de él, y dos devotas mugeres que le hacian caldos.

Su cabellera de aurora, su andar majestuoso, el perfume que iban sembrando sus pasos, el brillo de un diamante en su diestra desenguantada, hicieron detenerse á sus espaldas á cuatro hombres morenos, de robustez cuadrada y rostros inquietantes, que se consultaron con voces roncas de ebrio.

Al fin y al cabo, no todos los hombres son sabios ni tienen las fibras de hierro ni el corazón de diamante. Realzar así la moral es hacerla poco menos que imposible, salvo para algunos seres privilegiados y de primera magnitud, más profundos que Crisipo y más constantes que Régulo. Mucho tiene que ver el caso que quiero presentar con todo lo que está V. diciendo.

Palabra del Dia

neguéis

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