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Actualizado: 26 de junio de 2025
Es una diablura: en este pueblo todo se sabe, y después, líos, historias, lances que molestan.... Se me figura que voy a pedir que me destinen a Andalucía o a Cataluña.... Si me quedo aquí, hay una muchacha que me da, a veces, en que pensar... ¿y para qué se ha de meter uno en un atolladero? Una muchacha.... No es la de García, ¿eh?
Mutileder hablaba entre dientes, lanzaba desconsolados suspiros, manoteaba y hasta se golpeaba y pellizcaba sin compasión, y solía exclamar: «¡Qué diablura! ¡Qué diablura!» En presencia de Chemed o se olvidaba de su dolor o le refrenaba y disimulaba.
Embistió al filósofo denodadamente, pero el otro le cogió por la cintura y le cargó como a un niño, obligándole a sentarse en sus rodillas, a pesar de sus esfuerzos rabiosos por soltarse... Sí, le dejaría ir cuando se calmara, pero no solo: él no se fiaba de su buen juicio, ahora que le había visto hecho un loco, como si quisiera tirarse al río; ya lo creo que le llevaría a su casa, y de la mano, como se hace con los chicos que se ha encontrado raboneando en el Bajo. ¿Qué desatinos eran esos que acababa de decir? ¡qué Penitenciaría, ni qué as de copas, ajo! alguna tunda de papaíto, por haber entrado tarde o hecho una diablura de jovencito desbocado.
Ya lo creo; y tila, si está usted pálida como una muerta. ¿Pero por qué andaba usted a obscuras, señora? ¡Qué susto! ¡pero qué susto!... ¿Qué demonches de diablura será eso? Pues para cazar gorriones no es.... Y lo hemos roto... mire usted... pero no hubo remedio.
Hablo del Montecristo: hablo de ese libro terrible, que hace de este mundo un sopor, una cueva encantada, un brevaje oriental, una bellísima diablura. Ciertas gentes se han empeñado en hacer ver que la diablura puede ser bella, que las brujas pueden ser artistas.
Perícles tendrá que confesar entonces que esto es exquisito y profundo, como llama el señor Reyles a su arte. Lo que no confesará, lo que negará a pies juntillas, es que sea bella arte semejante diablura.
A la Superiora se le escapó, sin poderlo remediar, una ligera sonrisilla; mas al punto volvió a poner cara de palo. Y la enana corrió hacia donde estaban las recogidas, y lo mismo que dijera a Sor Natividad se lo repitió a Fortunata, sin poner un freno a su ira: «¿Habrase visto diablura semejante?... ¿Qué te parece? ¡Estamos todas horripiladas!». Fortunata no dijo nada y se puso muy seria.
De allí te sacamos para que vinieras a comer, y viniste pálido y lloroso. ¡Tú dirás! Por unos cacharros cualesquiera.... Eran de China, y muy bonitos; pero qué importaba. ¡Todavía se acuerda de ellos tu tía! ¿Por que te sonrojas? ¡Vaya, hijo! ¿Todavía tienes miedo de que te castigue tu madrina? Efectivamente, el recuerdo de aquella diablura me sacaba al rostro los colores.
Palabra del Dia
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