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»En el capítulo cxxvij del libro primero de Don Clarian de Landanis, fol. clxxxiiij: «Teniendo [Gradamisa] gran soledad de su buen amigo don clarian, dio vn sospiro y dixo consigo....» Don Felipe II, en carta escrita en Lisboa a 16 de abril de 1582 (Gachard, Lettres de Philippe II

Diósele luego el oficio de Senescal que vacó por muerte de Corbarán, y para que en todo le sucediese, le dió Roger su hija por mujer, habiendo sido primero concertada con Corbarán; porque con este nuevo parentesco aseguraba Roger la condicion y aspereza de Rocafort, aparejada para intentar cosas nuevas. Dióle cien caballos para la gente que traía, con armas de á caballo, y cuatro pagas.

Estos triunfos atenuaron en Francia la pérdida de Trafalgar; el mismo Napoleón mandó a los periódicos que no se hablara del asunto, y cuando se le dio cuenta de la victoria de sus implacables enemigos los ingleses, se contentó con encogerse de hombros diciendo: «Yo no puedo estar en todas partes».

Seudoquis, con quien siempre contaba, le dio esperanza, asegurándole que si el prisionero perseveraba en sus locas extravagancias, era fácil que el Virrey, en vez de mandarle al foso, le enviase al hospital de orates. El cuidado de reanudar sus relaciones antiguas, y procurarse otras nuevas ocupaba a Salvador las mejores horas del día y de la noche.

¡Oh! ¡Dios mío! ¡otra dificultad! La dificultad está salvada. Entra en un colegio. Quedose Amparo pensativa, y al cabo me dijo: Mande usted llamar de mi parte al padre Ambrosio. Me dio las señas de la habitación del religioso, y Mauricio fue a buscarle.

6 Este Esdras subió de Babilonia, el cual era escriba diligente en la ley de Moisés, que dio el SE

Sólo te pido que me honres, Y que en paz y amistad quedes Con el que fué mi marido, Y que su muerte no intentes; Que si lo haces, te juro Que los días que vivieres, Con el fuego que me abrasa, Cada noche te atormente. Pero di, ¿quién es el hombre? El que á Octavio dió la muerte, El hijo del que sustenta Tus enemigos Monteses. Roselo, padre, se llama.

Doña Luz, como quien oye un nombre que por vez primera suena en sus oídos, se encogió de hombros y se calló. D. Gregorio siguió hablando: Mucho debemos mi esposa y yo a esta señora. Ella nos casó, ella nos protegió, y ella nos dio los medios conducentes para llegar al punto de bienestar y prosperidad a que hemos llegado. Dios se lo pague y se lo aumente de gloria.

Un mes se estuvieron en Toledo, al cabo del cual se volvieron a Burgos don Diego de Carriazo y su mujer, su padre y Costanza, con su marido don Tomás. Quedó el Sevillano rico con los mil escudos, y con muchas joyas que Costanza dio a su señora: que siempre con este nombre llamaba a la que la había criado.

Al raquítico dio en abultársele la cabeza, poniéndosele como un odre: fue preciso traerle médico y medicinas, todo para salir al cabo con que era una bolsa de agua, y que la bolsa se lo llevaba al otro mundo. A bien que el médico no sólo se negó a cobrar nada, sino que, compadecido de Guardiana, tuvo la caridad de meterla en la Fábrica, que fue como abrirle el cielo, decía ella.