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Actualizado: 25 de julio de 2025
Las enaguas de Nuncita se encuentran ya en la más alta cúspide adonde pueden llegar. Las jóvenes se vuelven de espaldas; algunas corren riendo a ocultarse entre los árboles. Sólo cuando hubieron consumado su obra de desvergüenza se consiguió que los oficiales aplacasen y permitiesen a Nuncita tomar tierra.
Replicó á esto el Duque con tanta soberbia, y con tanto desconocimiento de los servicios pasados, y dixo que se fuesen de su presencia, y se saliesen de su tierra, que él ni les debia, ni les queria pagar lo que con tanta desvergüenza le pedian: que aprestasen luego su salida, si no querian verse muertos ó cautivos.
La desvergüenza, con que abusaban los libreros del nombre de Calderón, llegó á tal extremo, que pusieron bajo el nombre de D. Pedro Calderón obras de otros poetas, de todos conocidas, como, por ejemplo, El tejedor de Segovia, de Alarcón, y el García del Castañar, de Rojas, y hasta algunas, cuyo verdadero autor se nombra á su conclusión.
Fáltame añadir, para que sea completo el retrato, que era alto y seco; que veía y oía bien; que tuteaba á todo el género humano, y que se preciaba de no tener pelillos en la lengua, esto es, de decir cuanto se le ocurría, con una franqueza que tocaba y hasta pasaba á menudo sus límites, entrando con banderas desplegadas por la jurisdicción y término de la desvergüenza.
Miguel Rivera, que paseaba con Mario, había mirado dos o tres veces con inquietud hacia allá. Al fin, no pudiendo contenerse, exclamó: Mira, chico, haz el favor de llamar a tu mujer, porque ese bandido de Romadonga debe de estar diciéndole alguna desvergüenza. Mario se apresuró a cumplir el encargo, con gran satisfacción de la pobre Carlota, que estaba en brasas.
Si en general los saltimbancos innumerables de las calles no inspiran sino desprecio por su desvergüenza en escamotar, y si los mil y mil vagamundos de órgano berberisco llevan su impertinencia hasta hacer desesperar, hay entre las muchas clases de artistas y pobres ambulantes una que suele inspirar simpatías al viajero: es la de los músicos.
Nada, en efecto, podía lisonjear más a Juno que el que Júpiter la dijese que ella tenía mayor poder que las otras para emocionarle. Algo de esto, ya que el corazón es el mismo siempre, se realizaba en el de doña Luz, sin necesidad de que D. Jaime trajese a cuento sus pasadas conquistas, imitando la desvergüenza patriarcal del hijo de Saturno.
Sí, que la insultara ahora; no faltaba más, sino que la levantara la mano... eso es. ¡Pero, señor! cuando a uno se le acusa de algo, y es inocente, se defiende y presenta razones y excusas, pero no se queda ahí callado, abriendo tan sólo la boca para decir una desvergüenza. Ella necesitaba una explicación, que se la dijera qué significaban los misterios de estos días, el conciliábulo reciente...
Me persuadí de que aquello me serviría para aminorar otro tanto la curiosa sumisión a que había estado sujeto, y aquel leve tinte de corrupción difundido en todos mis sentimientos perfectamente cándidos antes, me prestó un algo semejante a la desvergüenza, mejor dicho, la suficiente bravura para correr al encuentro de Magdalena sin temblar demasiado. Llegó ella a fines de julio.
No me dejó hasta la puerta y me prometió enterarse de todo, «porque sacar algo de mí estaba visto que era imposible». Tomé, al fin, el camino de la calle de Argote de Molina. Según me acercaba a ella, se iba desvaneciendo la negra bruma de odio y de tedio que la desvergüenza del malagueño y la fatuidad de la de Anguita habían echado en mi espíritu.
Palabra del Dia
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