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Actualizado: 4 de junio de 2025
Al otro lado del río, millares de luces de colores, en serpenteantes líneas o marcando el contorno de los pabellones arquitectónicos, desvanecían la obscuridad, produciendo un rojizo vaho que se extendía por el cielo coma el reflejo de lejano incendio. Las charcas del río se poblaban de inquietos peces de fuego. Atravesó el puente sufriendo los codazos de la multitud.
Sintió Adriana repentinamente que el mundo y la misma Laura se desvanecían ante la realidad de Julio que acercaba a la suya la cara querida, como en el vivo sueño de la víspera. El exceso de la emoción la hizo palidecer, y oprimirse como un pájaro aterido. Le tomó él la cabeza entre las manos y la besó. Pensaron ambos que ya no volverían a verse nunca.
Todas las seguridades que su marido se complacía en darle acerca del carácter pacífico de aquel hombre se desvanecían en cuanto le miraba a la cara. Estaba íntimamente convencida de que un día u otro concluiría por asesinar a Germán o secuestrarla a ella. Este hombre terrible ¡quién lo diría! se hallaba completamente abstraído recogiendo florecitas del suelo.
Quedábame algunas veces, sin embargo, la duda de si estas reflexiones eran legítima y directamente nacidas de la observación serena y desinteresada, o venían impuestas por la idea de mi adquirido compromiso, ineludible ya; pero la verdad es que aquellas dudas se desvanecían fácilmente, y que cada día que pasaba me era menos agradable el desairado papel de comparsa anónimo que había hecho yo en el montón decorativo de esa incesante farsa de la vida.
Sus monasterios iban borrando con sangre y con lágrimas el oprobio de los serrallos, la lubricidad de los baños y los divanes. Las tremendas virginidades monásticas desvanecían al fin, para siempre, la sombra de las Jarifas y las Galianas. El hisopo purificó las mezquitas exorcisando los mihrabs y las albercas de las abluciones. Muchas capas de cal habían ocultado y carcomido los arabescos.
Las esperanzas se desvanecían, las sospechas se confirmaban las más de las veces, y el número de los que ganaban en aquel agonioso juego de la suerte era bien pequeño, comparado con el de los que perdían. Los cadáveres que aparecieron en la costa de Santa María sacaban de dudas a muchas familias, y otras esperaban aún encontrar entre los prisioneros conducidos a Gibraltar a la persona amada.
Allí había un libro mejor que el que jamás podré escribir, que se me iba presentando hoja tras hoja, precisamente como las llenaba la realidad de la hora fugitiva, y que se desvanecían con la misma rapidez con que habían sido escritas, porque mi inteligencia carecía de la profundidad necesaria para comprenderlas, y mi pluma de habilidad suficiente para transcribirlas.
Palabra del Dia
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