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¿Indignidad? ¿Llama usted indigna a la araña que ahoga a la pobre mosca en su tela, o al milano que cae sobre el inocente polluelo y lo arrebata por el aire? La mosca, el pollo y yo merecemos la misma suerte por haber nacido. Porque el delito mayor del hombre es haber nacido, ya lo ha dicho Calderón, que era sacerdote como usted.

Para destruir el delito es absolutamente indispensable destruir los gérmenes. Pero ¿qué culpa tienen esos pobres niños? exclamó cada vez más estupefacto el hombre. ¿Qué culpa tienen esos pobres niños de que su padre sea un bandido? Una sonrisa de lástima contrajo los labios e hizo brillar un momento los ojos mortecinos de Sánchez. ¿Culpa? Esa palabra es un absurdo científico.

Preso Rico y ocupados sus papeles, ofreció Carbonell á los conjurados el perdon y olvido de su delito, siempre que se presentasen en cierto término ante su autoridad.

Un crimen nunca aprovecha a su autor; sólo resulta útil a los otros. Se mata a un rico en la carretera y se le encuentran cien sueldos en el bolsillo. Todo lo demás va a parar a los herederos. ¡Pero aquí soy yo la que hereda! No heredarías si te sorprendiesen en un delito. Por de pronto, ella puede morir de muerte natural.

Estos personajes, en el primer instante, habían sentido indignación viendo entrar en el patio á la tal máquina. Consideraron esto como una torpeza del Comité de recibimiento del Hombre-Montaña, que casi equivalía á un delito contra la seguridad del Estado.

¿El que mató al marido de cierta bribona á quien galanteaba, y partió con ella los doblones que el difunto había ahorrado, por cuyo delito le ahorcan si no anda por medio don Rodrigo...? El mismo. Ha mandado don Rodrigo á ese hurtado á la horca que enamore á la mujer de Francisco Montiño...

¿Yo?... ¡ca hombre! no... ¡qué tontería!... de ningún modo... no lo creas... comenzó a balbucir torpemente como un hombre cogido infraganti de algún delito. Lo que está a la vista no se puede negar dijo Miguel sonriendo.

1 El vaquero de Granada, de D. Juan Bautista Diamante. 2 La dicha del carbonero y Lorenzo me llamo, la nueva, de D. Juan de Matos Fragoso. 3 Hay culpa en que no hay delito, de D. Román Montero de Espinosa. 4 El mancebo del camino, de D. Juan Bautista Diamante. 5 Los sucesos de tres horas, de Luis de Oviedo. 6 Fiar de Dios, de D. Antonio Martínez y D. Luis de Belmonte.

No era ningún delito, aunque pudiese pasar por extravagancia, el que estuviese enamorado de aquella muchacha que podía ser su nieta. El haber ido a su casa todas las noches durante algunas semanas apenas le parecía imprudente y digno de censura.

Según informes adquiridos y comunicados por don Paco, Antoñuelo por nada del mundo diría el nombre y la condición del forastero que había cometido con él el delito. Por otra parte, aunque Antoñuelo le delatase, de nada valdría esto para recobrar los ocho mil reales por medio de la Justicia, sin envolver en el proceso al hijo del herrador y condenarle y perderle.