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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Así lo comprendió él también, porque tan luego nos vimos algo apartados de Sarto, tomó mi brazo y me dijo: Dura prueba es ésta para usted; mas no por ello disminuirá un ápice la confianza que me merecen su rectitud y su hidalguía. Desvié el rostro para no dejarle ver todo lo que pasaba en mi ánimo; bastaba que presenciase lo que me proponía hacer.
Ese Jacobo va á matar á usted si no toma el partido de dejarle. La engaña lo bastante para que le haga usted lo mismo. ¡Cállese usted, miserable! Bien sabe que si le engaño alguna vez, no será con usted. ¡Á que sí! Y más pronto de lo que usted cree. ¡Es matemático! Usted será mía y Jacobo mismo habrá de procurarlo.
La resolución de este gran problema le agitaba a todas las horas del día y en muchas de la noche. Su labor era incesante, hasta el punto de no dejarle pensar ni sentir apenas otra cosa. Sin embargo, en los actuales momentos un suceso, al parecer insignificante, le preocupaba bastante, le tenía más silencioso y meditabundo que de costumbre.
Cuando Fernanda entró en el gabinete alzó los ojos y clavó en ella una mirada penetrante que la abrazó de la cabeza a los pies. Ni la hermosura ni el porte, singularmente elegante, de la joven debieron dejarle satisfecho, porque la convirtió inmediatamente a los naipes y exclamó con insolente protección: ¡Hola, pequeña! ¿Eres tú? ¿Cuándo has llegado?
Corríanse un día novillos, y contra la costumbre establecida en esos pueblos de salir enmaromado el animal, bien como debían andar por el mundo muchos animales de asta que yo conozco para que no hicieran daño, hubieron de determinarse a dejarle suelto por las calles.
Ni aun la negativa de la señorita Nancy de aceptar la mano de su primo Gilberto Osgood simplemente a causa de que era su primo no había enfriado absolutamente la preferencia que había determinado a la señora Osgood, a pesar del gran disgusto que aquella negativa le había causado, a dejarle a Nancy varias alhajas de familia, cualquiera que fuese la esposa futura de su hijo.
Tengo tan buena opinión de Pepita que si volviese ella a tener diez y seis años y una madre imperiosa que la violentara, y yo tuviese ochenta años como D. Gumersindo, esto es, si viera ya la muerte en puertas, tomaría a Pepita por mujer para que me sonriese al morir como si fuera el ángel de mi guarda que había revestido cuerpo humano, y para dejarle mi posición, mi caudal y mi nombre.
Cualquiera que fuese la angustia que se había apoderado de ella, no obstante sus propósitos de muerte, ¿no le habría temblado la mano en el momento de ponerlos en ejecución? ¿No se le habría caído inerte el brazo ante la idea de dejarle un triste ejemplo, a él, que había sido reconciliado por ella con la vida? Al matarse, ¿no lo mataba a él?
Es preciso que esté muy borracho, es preciso que tenga instintos verdaderamente malos o rencores muy profundos, para que atente contra la vida de su adversario. Su objeto es sólo marcarlo, darle una tajada en la cara, dejarle una señal indeleble. Así se ve a estos gauchos llenos de cicatrices que rara vez son profundas.
Conviene dejarle solo, dijo Tragomer. Tiene necesidad de entrar en posesión de sí mismo. La transición entre su aniquilamiento desesperado y la vuelta á la vida ha sido muy brusca. Mañana estará más tranquilo, sus ideas habrán entrado en orden y podremos interrogarle con fruto. Y ahora, Marenval, reciba usted mis felicitaciones.
Palabra del Dia
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