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Actualizado: 22 de septiembre de 2025
»Tu triste vida se anima con su presencia y se cubre de flores a su paso este mundo que sin ella habría sido para ti un desolado desierto.
19 qué tal la tierra habitada, si es buena o mala; y qué tales son las ciudades habitadas, si de tiendas o de fortalezas; 20 y cuál sea la tierra, si es fértil o estéril, si en ella hay árboles o no; y esforzaos, y coged del fruto de la tierra. 21 Y ellos subieron, y reconocieron la tierra desde el desierto de Zin hasta Rehob, entrando en Hamat.
Empleada así hasta la última gota, la fuente no va á perderse en el arroyo y en el desierto: sus límites son los del oasis mismo; donde crecen los últimos arbustos, allí acaban las últimas arterias del agua, absorbida por las raíces para transformarla en savia. ¡Extraño contraste el de las cosas!
Para Horacio Vernet es el hombre; el hombre muerto en aquel campo de batalla; aquel hombre puesto boca abajo, solo, abandonado de todo el mundo, sin más testigos que una piedra, una mata y el cielo; aquel hombre muerto para la materia, lleno de vida y de verdad para el arte, para la moral y para el dogma; aquel hombre tan lleno de vida y de belleza, que aún estando difunto, que aún siendo cadáver, parece ser el habitador de aquel desierto, el genio imponente de aquella soledad.
Pero si los Lusitanos no acceden á demarcar el Yaguarey y su concabezante, ni tampoco al expediente interino, me será muy sensible, porque habré de morir en el desierto, causando graves costos al erario, sin poderlo remediar.
Hacía, pues, algunas semanas que ambos vivíamos en el desierto y fué para nosotros un cambio agradable el encontrarnos en medio de la animación civilizada de una ciudad, entre compañeros amables.
El príncipe vió á Novoa y á Valeria en el mismo diván, continuando su conversación, pero cada vez más abstraídos, fijos los ojos en los ojos, como si estuviesen en un lugar desierto. Llegó cerca de ellos sin que le viesen, y pudo oir un fragmento de lo que decía la acompañante de Alicia.
Pero hasta mucho tiempo después de su llegada los enfermos balbuceaban cosas fantásticas detrás de la puerta de su cuarto y la clínica parecía un gallinero donde hubiera entrado, durante la noche, una zorra. Pero esto ocurría raras veces y no se advertía fuera, porque el camino, por la noche, estaba completamente desierto.
Debo decir, en honor de Yolanda, que ella se esforzaba lealmente por darse conmigo... Trataba de adivinar mis gustos; sí, trataba de asociar sus ideas con las mías. Pero eso no era posible. Allí donde su joven inteligencia esperaba encontrar en mí la vida, el interés, no había, por lo general, más que un desierto seco, hacía ya mucho tiempo.
Acabado este relato, se volvió hacia mí con una dulce compasión, y me dijo: « Carlos, henos aquí como dos viajeros del desierto que después de haber soñado en la patria, reanudan su largo camino a través de los arenales. Todo se ha desvanecido, pero tenga usted valor, Carlos, y esté seguro de que mi amistad le seguirá a todas partes.»
Palabra del Dia
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