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Tan lentamente salían de la obscuridad los perfiles de estos objetos, que mi propia imaginación podía creerse autora de aquel espectáculo. El día iba descendiendo, y la iglesia se obscurecía por grados; pero una de las Madres, tirando de unas cuerdas, descorrió la cortina negra de la alta ventana del coro, y entonces entró la luz crepuscular, dando a todo su verdadera forma.

Ello es que las manos lindas y blancas arrancan bellas melodías de las cuerdas de los violines y que una hermosa cabeza de diablescos ojos moriscos y negra cabellera, como una exótica flor rizada, se inclina graciosa sobre el puente del violoncello. Y el prestigio hechicero de la carne de la mujer hace temblar el beso en todos los labios.

Dame, arroyuelo cristalino y manso, el suave murmurar de tu corriente, de espuma matizada en el remanso. Préstame inquieto mar tu voz potente, vosotras auras el susurro ledo que vibra en los cristales de la fuente. La fe su inspiración hija del cielo; las cuerdas del laud su melodía, la cristiana oración su grato anhelo y sus cantos la hermosa poesía que busca a Dios, cuando remonta el vuelo.

35 Y el príncipe de la casa del padre de las familias de Merari, Zuriel hijo de Abihail; acamparán al lado del tabernáculo, al aquilón. 37 y las columnas en derredor del atrio, y sus basas, y sus estacas, y sus cuerdas. 39 Todos los contados de los levitas, que Moisés y Aarón conforme a la palabra del SE

Al leer este aviso, Pedro se echó a reír, se retorció los bigotes, se miró los brazos, con aquellos músculos que parecían cuerdas, le dio al hacha dos vuelos por encima de su cabeza, y de un golpe echó abajo una de las ramas más gruesas del árbol maldito. Pero enseguida salieron dos ramas poderosas en el punto mismo del hachazo, y los soldados del rey le cortaron las orejas sin más ceremonia.

Tañían una guitarra, Y ésta nunca salía fuera, Sino adentro, y en los blancos, Muy mal templada y sin cuerdas; Bailaba á la postre el bobo, Y sacaba tanta lengua Todo el vulgacho, embobado De ver cosa como aquella.

Dormía el moro en las casas de Ulpiano, y el día se lo pasaba rezando de firme, y tocando en un guitarrillo de dos cuerdas que de Madrid había traído, todo ello sin moverse de un apartado muladar, que cae debajo de la estación de las Pulgas, por la parte que mira hacia la puente segoviana.

Encendieron una vela, y te aseguro que el tufillo de la cera, los rezos y aquel espectáculo me levantaron el estómago y me han puesto los nervios como cuerdas de guitarra. Yo no quería mirar; pero la curiosidad... eso es lo que tiene... me hacía mirar. Los ojos de Mauricia se le habían hundido hasta ponérsele en la nunca, y la nariz, aquella nariz tan bonita, se le afiló como un cuchillo.

Que no tienen por gusto el ahogarse, Discreta gente al parecer en esto, Pero valioles poco el esforzarse. Que el padre de las aguas echó el resto De su rigor, mostrandose en su carro Con rostro airado y ademan funesto. Quatro delfines, cada qual bizarro, Con cuerdas hechas de tegidas obas Le tiraban con furia y con desgarro.

Dado el grito de alarma, toda la aldea, moriscos y cristianos, chicos y grandes, hombres y mujeres, corrieron al puente, y bajaron en todo lo largo de la orilla, cuál con hachas encendidas, cuál con cuerdas, cuál con tablas, y todos con voluntad de arriesgar su vida a trueque de salvar a la infeliz María.