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La cosa tiene un peligro muy gordo: porque si luego se sabe la verdad, Cristeta se lo cuenta todo a Frasquita y ésta me saca los ojos. Además, lo que debo hacer no es apartarle de Cristeta, sino todo lo contrario.

Dibujándose al cabo una sonrisa en sus labios de coral, preguntó tímidamente: ¿El capitán? Flora bajó la cabeza sin responder y se puso á restregar con furia la prenda que tenía entre las manos. Ambas permanecieron silenciosas. Al fin Flora, sin levantar su rostro y con voz un poco temblorosa, dió cuenta á su amiga de los motivos que tenía para sospechar que era hija de D. Félix.

Consintiéronselo, y a pesar de los otros, que se defendían con él, descalabrado y como pudo se levantó y pasó a mi lado. Los otros, por presto que acordaron a hacer lo mismo, ya tenían las chollas con más tejas que pelos. Ofrecieron para pagar la patente sus vestidos haciendo cuenta que era mejor entrarse en la cama por desnudos que por heridos.

Entre los naipes, los bolos y el pleito que corría ya de su cuenta, no le quedaba tiempo libre en todo el año más que para almorzar la cazuela de leche; tomar las once con medio de blanco; comer despacio el ollón de berzas, patatas y tocino, en compañía de su ama de llaves; echar la siesta, en verano bajo un nogal y en invierno en la pajera; cenar al anochecer otro ollón como el del mediodía; dormir diez horas, y, por último, pasar una escoba ó un puñado de yerbas sobre el lomo de su ganado antes que lo llevaran por la mañana al pasto, y segar el retoño para el caballo que estaba á su cargo.

El cuñado le daba cuenta de sus operaciones, lo mismo que cuando vivía en la estancia protegido por él. Pero á esta deferencia se unía un orgullo mal disimulado, un deseo de desquitarse de sus épocas de humillación voluntaria. Todo lo que hacía era grande y glorioso. Había colocado sus millones en empresas industriales de la moderna Alemania.

Y debe tenerse en cuenta que, así como nosotros no nos atrevemos a dar a nadie diploma de inmortalidad y de genio, tampoco debe atreverse cualquiera a empuñar la férula de Aristarco y a castigar con ella a cuantos en los juegos florales han obtenido premio, expulsándolos con crueldad de la república de las letras.

Si no creyeran le contestó Melchor, no vendrían a traer sus ofrendas y sus preces. Eso... no... replicó Ricardo, como distraídamente. ¿Vamos a ver? ¿A ver qué? A ver qué hacen... cómo se forman... adónde van... No hacen nada; no se forman, porque no vienen regimentados, y van, probablemente, a la basílica, cada uno por su cuenta o en grupos. ¿Van caminando?... ¿Y cómo quieres que vayan?

Cuando la luz de su linterna se hubo desvanecido á lo lejos por completo, el joven ministro se dió cuenta, por la especie de desmayo que le sobrecogió, de que los últimos momentos habían sido para él una crisis de terrible ansiedad, aunque su espíritu había hecho un esfuerzo involuntario para salir de ella con la especie de apóstrofe semijocoso dirigido al Sr. Wilson.

Todo esto era comedia, y querer echárselas de hombre reflexivo. Su madre había recobrado sobre él aquel ascendiente omnímodo que tuvo antes de las trapisondas que apuntadas quedan, y como el hijo pródigo a quien los reveses hacen ver cuánto le daña el obrar y pensar por cuenta propia, descansaba de sus funestas aventuras pensando y obrando con la cabeza y la voluntad de su madre.

La felicidad también produce insomnio. No faltaba para completar la mía sino que Gloria hubiese asistido a mi triunfo. Pero me consolaba la idea de que los periódicos darían cuenta de él, y aun lo abultarían, como suelen, proponiéndome llevarle recortados los sueltos o los artículos, si a tanto llegaban.