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Actualizado: 16 de junio de 2025


Ya no soplaba la brisa del Océano libre, aumentada por la velocidad de la marcha. El buque, casi inmóvil, caldeábase con la temperatura de aquel pedazo de mar encerrado entre montañas. Y todos pensaban en lo que sería este calor cuando bajasen a tierra. Los cuellos almidonados y brillantes empezaban a reblandecerse; las manos enguantadas sufrían el tormento del encierro.

El secretario estaba en ascuas, y lo estuvo más cuando notó que los cuellos del solariego y su cara avinatada llamaban la atención de muchas personas. El mayorazgo, afortunadamente, no lo conocía, pues descansaba en la persuasión de que «en Madrid todo pasa». Al retirarse, al anochecer, y bajo una temperatura africana, don Silvestre se achicharraba, y quiso refrescar. Entraron en un café.

Luego aquel aire elegante, aquella levita negra cerrada, sin una mota, planchada, estirada, cual si hubiera nacido en la misma piel del sujeto; aquellos cuellos como el ampo de la nieve, altos, tiesos; aquel pantalón que parecía estrenado el mismo día; ¡aquellas manos de mujer cuidadas con esmero...!

En varias ocasiones se le vio de levita cerrada, sombrero de copa y almadreñas: gastaba larga melena, como un caballero del siglo diez y siete; vestía amenudo traje de terciopelo o pana con botas de montar; usaba botines cuando ya nadie se acordaba de ellos, y grandes cuellos de camisa vueltos sobre el chaleco, imitando la antigua valona.

Y así era el Marquesito original, vestía a la moda, según la entendía su sastre de Madrid, que le tomaba en serio, que le cuidaba, como a parroquiano inteligente y de mérito. No exageraba ni por ajustar demasiado la ropa ni por dejarla muy holgada, ni se excedía en los picos de los cuellos, ni en las alas de los sombreros. Procuraba tener estilo indumentario para no parecerse a cualquier figurín.

Y en la mesa, como prueba de que la antigua hospitalidad no había muerto, un gran jarro de peltre en el fondo del cual el curioso podría haber visto la espuma de la cerveza bebida recientemente. Colgaba en la pared una hilera de retratos que representaban los antepasados del linaje de Bellingham, algunos vestidos con petos y armaduras y otros con cuellos alechugados y ropa talar.

En adición a los molinos de harina y a las fábricas de calzado, camisas, cuellos, medias, etc., ya establecidos, pueden mencionarse entre las nuevas industrias la planta para la manufactura de hidrógeno que se usa en cortar y soldar hierro; un taller para trabajos de carros de ferrocarril; una lavandería al vapor, etc.

Iban llegando y ocupando sus puestos los viajeros, contraído de tedio y de sueño el semblante, caladas las gorras de camino hasta las cejas los hombres, rebujadas las mujeres en toquillas de estambre, oculta la gentileza del talle por grises y largos impermeables, descompuesto el peinado, ajados los puños y cuellos.

El uso continuo de esta prenda, aun más allá del 40 de Mayo, se explica por su aborrecimiento de estufas y braseros que, según él, son la causa de tanta mortandad. Como no estaba embozado, pudo Benina observar que traía cuellos y puños limpios, y gruesa cadena de reloj, galas que sin duda respondían a la etiqueta del aniversario.

12 Y hablé también a Sedequías rey de Judá conforme a todas estas palabras, diciendo: Someted vuestros cuellos al yugo del rey de Babilonia, y servidle a él y a su pueblo, y vivid. 13 ¿Por qué moriréis, y tu pueblo, a cuchillo, de hambre, y [de] pestilencia, de la manera que ha dicho el SE

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