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El transparente mar os muestra un abismo á pico de cien brazas. No confiéis en el áncora; no hay cable que con el frotamiento no se use, acabando por romperse. La ansiedad es extrema en las noches interminables en que la marejada austral os empuja hacia esas cortantes cuchillas. Y, sin embargo, los inocentes fabricadores de escollos tienen una respuesta para las acusaciones que se les dirigen.

Estaba el carro a la entrada del desfiladero, detrás de unos espesos matorrales, y el arroyuelo murmuraba no lejos y se extendía en estrías de hielo, brillante como cuchillas. Llegado al sitio donde se dirigía, el pastor comenzó a buscar la llave del candado; después, abrió la garita, y marchando a cuatro pies, pudo recuperar la zamarra y una hacheta que no recordaba siquiera haber perdido.

De uno y otro lado del Istmo hay una selva de mástiles; los buques, apiñados, se estrechan, se chocan; sus tripulaciones venidas de los cuatro ángulos del mundo, se miran con antagonismo en el primer momento, las cuchillas de a bordo relucen con frecuencia y por fin se amalgaman en la baja e inmunda vida colectiva.

Eran de los más feroces de la banda; hombres que sentían una impaciencia homicida, al ver que transcurrían las horas sin que corriese la sangre. Las manos; enséñanos las manos rugieron rodeándole, elevando sobre su cabeza las cuchillas cuadradas y relucientes. ¡Las manos! contestó de mal humor el joven, desembozándose. ¿Y por qué he de enseñarlas? No me da la gana.

Allí, a la tela, al brocado, Al grave acompañamiento Abren las puertas, si tienen Razón, que yo lo confieso; Pero a la probreza, Nuño, Sólo dejan los porteros Que miren las puertas y armas, Y esto ha de ser desde lejos. Iré a León y entraré En Palacio, y verás luego Cómo imprimen en mis hombros De las cuchillas los cuentos. Pues andar con memoriales Que tome el Rey ¡santo y bueno!

Concluía quizás la primera década de mi vida, cuando un buen día llegó a la casa una tropa de carros, que, desviándose del camino que serpenteaba entre las cuchillas, allá en la linde del monte, venía a campo traviesa buscando un vado en el arroyo, que disminuía en una mitad el trecho a recorrer para llegar al pueblo más cercano.

Mire usted los delfines, Nieves, en rebaños, dándola a usted escolta de honor, y haciendo, volatines fuera del agua para que usted los admire. ¡Cómo quieren lucir su ligereza pasándonos por la proa a lo mejor! Nieves los admiraba, y hasta los temía al verlos surgir del abismo junto al carel, volteando como pedazos de rueda negra con aguzadas cuchillas de acero enclavadas en la llanta.

Veíase yacente y desnudo sobre aquellas dos mesas pegadas del café de Fornos. ¡Cuán torvas brillaban las cuchillas y los bisturíes! Ya los creía sentir en sus entrañas. Y de hecho estaba bien seguro de que la amistad con los jóvenes anatómicos no aplacaría, sino que exacerbaría su fiereza. Indudablemente era más dulce buscar las articulaciones de los otros.

Finalmente, el colmilludo jabalí quedó atravesado de las cuchillas de muchos venablos que se le pusieron delante; y, volviendo la cabeza don Quijote a los gritos de Sancho, que ya por ellos le había conocido, viole pendiente de la encina y la cabeza abajo, y al rucio junto a él, que no le desamparó en su calamidad; y dice Cide Hamete que pocas veces vio a Sancho Panza sin ver al rucio, ni al rucio sin ver a Sancho: tal era la amistad y buena fe que entre los dos se guardaban.

En derredor se alza un cerco de peñascos abruptos, unos escalonados, otros unidos en poderosas cuchillas, altas montañas arrugadas y ásperos y enormes bastiones de titanes. La cuenca es tan cerrada que apénas deja ver un pedazo del cielo, al mismo tiempo que por entre el abra determinada por el valle del Aar se ve la espléndida mole de Jungfrau reverberando como una inmensa urna de plata....