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Actualizado: 8 de junio de 2025
¡Cuánto me alegro! dijo Fortunata por decir algo, y miró a la calle al través de los cristales, temiendo que le leyeran en la cara los pensamientos que la canonjía de su cuñado le sugería. «¡Lo que es el mundo! pensaba . Razón tenía D. Evaristo. Hay dos sociedades, la que se ve y la que está escondida.
De intereses, como la espuma los dos. Si a don Alejandro le salían redondos los negocios en que se metía, a su cuñado no le cabía ya el dinero en casa, según expresión de Lucrecia, ni a ella las carnes sobre el cuerpo.
Calvat, para cerciorarse, se impuso la costumbre de hacer centinela ante la verja de la quinta a la hora que llegaba el cartero. Conociéndolo este hombre por cuñado del pintor le entregaba las cartas dirigidas a la casa, y Calvat estudiaba cuidadosamente los sobrescritos.
Y los dos amigos, pasando un pequeño puente, sintieron bajo sus pies la estabilidad del suelo firme, marchando entre los grupos que avanzaban al encuentro de los pasajeros con las manos tendidas o los brazos en alto, prontos al estrujón cariñoso. Un joven con acento español abordó a Fernando. «¿El señor Ojeda?...» Venía de parte del tío de su cuñado.
5 Cuando hermanos estuvieren juntos, y muriere alguno de ellos, y no tuviere hijo, la mujer del muerto no se casará fuera con hombre extraño; su cuñado entrará a ella, y la tomará por su mujer, y hará con ella parentesco.
Jamás podría agradecer bastante lo que hacía por él. Era su único defensor. Deseaba una ocasión para mostrarle su gratitud: morir por él, si era preciso. La esposa admiraba á su cuñado con grandes extremos de entusiasmo: «El caballero más cumplido de la tierra.» Y Desnoyers agradecía en silencio esta adhesión, reconociendo que el alemán era un excelente compañero.
Después siguieron tres días en que estuve sin noticias, tres días de tortura y de fiebre; al fin llegó el telegrama de mi cuñado: «Marta dio luz varón con felicidad. Te reclama, ven pronto.» Con el telegrama en la mano corrí en busca de mi patrona y le pedí permiso para ausentarme por el tiempo necesario. Ella me lo negó.
Don Víctor se fijó en un velador, que era Carvajal, y ya iba a concederle la palabra, para que dijese en son de disculpa: Desde que sois mi cuñado ni de palabras me afrento..., etc.,
Por fin perdió la paciencia, corrió a la calle de Sartine, y encontró a su futuro cuñado lleno de desesperación y de lágrimas. ¿Qué podía decirle, para consolarle, de semejante desgracia? Paseose largo rato en torno suyo, repitiendo sin cesar: ¡Demonio! ¡demonio! ¡demonio! Se hizo referir dos veces el fatal acontecimiento, e intercaló en la conversación algunas sentencias filosóficas.
Pero la joven reflexionando, se limpia ceremoniosamente en el delantal las sucias manos de tierra y las tiende a través del cercado. ¡Bien venido sea usted, cuñado! El coge las manos que le ofrecen, pero guarda silencio. ¿Está usted acaso incomodado conmigo? pregunta ella lanzándole una mirada maliciosa.
Palabra del Dia
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