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Actualizado: 24 de junio de 2025


Poco después entró Gustavo Núñez con otros amigos, pero los dejó unos instantes y vino a sentarse a su mesa. Bajo la impresión del cambio brusco de ideas, cuando se habían cruzado algunas palabras indiferentes, Tristán desahogó con el pintor aquel nuevo desprecio que sentía. Pocas cosas en este mundo le quedaban ya por despreciar. Núñez hacía tiempo que las despreciaba todas.

Se valían para sus porfías lo mismo de la voracidad de los perros de caza, que del vigor de los hombres. Algunas semanas antes habíanse cruzado muchos miles de duros en una apuesta que aún hacía reír al doctor.

A las nueve muy largas, cuando cerca de cinco mil barquillos reposaban en el tubo, todavía el padre y la hija no habían cruzado palabra. Montones de brasa y ceniza rodeaban la hoguera, renovada dos o tres veces. La niña suspiraba de calor, el viejo sacudía frecuentemente la mano derecha, medio asada ya. Por fin, la muchacha profirió: Tengo hambre.

Encontré a Lituca de la misma traza que cuando la conocí y como la había visto muchas veces mientras vivió en mi casa, de trapillo y trajinando; con un chal de abrigo cruzado en el pecho y anudado atrás, despeinada y con una bayeta en la mano, dale que le das para despolvorear los muebles, y soba que soba para sacarles brillo.

En efecto, tardó en volver, y yo comencé a sentirme agitado y algo pesaroso de lo hecho. ¿Qué diría el conde al saber que un quídam, con quien no había cruzado la palabra siquiera, venía a molestarle para un asunto tan baladí e impropio de sus años y jerarquía? Entonces vi la fase ridícula de mi proyecto, y me sentí fuertemente avergonzado.

Lo único que notó éste fue la familiaridad cada vez más grande con que le trataba Nélida. No se habían cruzado entre ellos verdaderas palabras de amor. Sólo había osado él algunas galanterías de las que no comprometen, pero la joven le hablaba ya lo mismo que a un amante. Tenía una confianza absoluta en su poder sobre los hombres.

He cruzado en una de las mas claras noches de verano una llanura yerma y erizada de peñascos: he creido encontrarme en el imperio de la muerte. Cada peñasco me ha parecido una fantasma, y me he estremecido hasta al ver mi sombra apareciendo y desapareciendo sobre cada una de las rocas.

entonces un ruido que hizo arder mi sangre, que anegó mi alma en un mar de amargura. El ruido de un beso, de un doble beso, y luego el llanto de Margarita, triste, apenado, como el de quien se separa de seres á quienes ama. Yo me precipité al postigo. No á qué. Pero un sueño de sangre había cruzado por mi pensamiento.

El Arcipreste procuró que se encontraran y por su confianza con la Regenta facilitó la entrevista. Pocas veces habían cruzado la palabra la hermosa dama y el Provisor, y nunca había pasado la conversación de los lugares comunes a que obliga el trato social. Doña Ana Ozores no era de ninguna cofradía.

Al cabo de otra media hora, Novillo reincidió en reposar sobre el diván su vientre, agitado ahora por apasionado estremecimiento: era que sus ojos se habían cruzado al acaso con los de Felicita, y ella le había enviado una sonrisa arrobada y etérea.

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