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Actualizado: 19 de noviembre de 2025


Después el diálogo se hizo más entrecortado, pero tan a la sordina, que quien hubiese estado cerca habría oído unas palabras y otras no, quedando, por lo tanto, incompleto y truncado el sentido de las frases. Por ejemplo: Cristeta. No ..., dos, tres meses... Esencial..., niñera. Inés.

Mientras Cristeta hablaba o escuchaba, su propia voz y la de Juan parecían infundirle tranquilidad y sosiego: pero en los breves intervalos en que permanecían callados, entre frase y frase, aquel silencio era para ella un nuevo y peligroso incentivo, añadido a la fascinación que en su ánimo juntamente levantaban la sed de amor y las palabras del hombre.

Pero, en fin, si quiere usted hacerle proposiciones... Yo le ayudaré a usted. Me consta que la muchacha tiene la querencia de las tablas; vamos, que se pirra por el teatro. Poco después Cristeta, que sin saberlo acababa de probarse la voz, calló, concluyendo de peinarse con su acostumbrada gracia; hecho lo cual salió al estanco y comenzó a vender.

Benigno iba vestido a lo burgués, llevaba instrucciones reservadas, y Cristeta no le conocía. Capítulo VII En el cual hay viaje, separación, monólogo y principio de algo más grave

Le advierto a usted que mi interés en saber si existía esa casa era por averiguar el paradero de un hombre...; de modo que recibiré el beso que usted me como quien no recibe nada. Ya ve usted si soy leal. Ahora, si usted quiere... Aquel hombre era discreto, y no insistió. Luego, a solas, Cristeta, se quedó muy pensativa.

Estaban en lo cierto. La situación era propia de sainete. Cristeta tenía el cuerpo echado hacia adelante, para que don Juan pudiera estrecharla el talle, y él, ansioso de no perder lo conquistado, había metido medio cuerpo por entre puerta y marco; con lo cual, en vez de personas formales, parecían chiquillos jugando al escondite.

Salió don Juan vestido de viaje, tomó un coche, apeose cerca de la calle de Don Pedro, y por fin llegó al portal de la casa en que vivía Cristeta. No arribó Ulises a la deseada Itaca, ni vieron los Magos el sagrado pesebre poseídos de tan honda emoción como la que él sentía.

Había en los razonamientos de don Quintín, o, mejor dicho, se desprendía de ellos una consideración de muchísima fuerza. ¿Cómo se explicaba que Cristeta, tan sentimental y delicada, hubiese consentido en entregarse a un hombre como Martínez, rico, pero vulgarote y ordinario?

A partir de entonces, Cristeta recobró aparentemente la tranquilidad de espíritu, sobre todo en el teatro y en presencia de gentes extrañas; hasta se dejó cortejar; pero con frecuencia se quedaba ensimismada, sujeta al imperio de una idea, como persona que medita y fragua un plan calculando todos los casos, incidentes y peripecias que en su desarrollo pueden sobrevenir.

No señor, es decir, Cristeta que se llama, pero el apellido es Martínez. ¡Imposible! Pos si lo sabe usted, ¿pa qué he hecho yo esta caminata? El señor se llama Martínez, conque sacusté la consecuencia. De modo que está casada, ¿desde cuándo? Ende que le dijeron los latines, si se los han dicho. ¿No estás segura?

Palabra del Dia

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