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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Siéntese más que segura, muy valiente: está familiarizada con el mar, con las olas, y afirma que va á nadar: «quiere domar el marAmbición un tanto elevada. Primero vese postergada por su hijo, algo más listo y atrevido que su madre. Creyéndose sostenida, nada; en otro caso tiene miedo y se va al fondo. Ahora se resarcirá á fuerza de baños, pues hase enamorado del mar, lo adora.

Son la historia de un muchacho pobre; pobre muchacho tímido y crédulo, como todos los que allá por el 67 se atusaban el naciente bigote, creyéndose unos hombres hechos y derechos; historia sencilla, vulgar, más vivida que imaginada, que acaso resulte interesante y simpática para cuantos están a punto de cumplir los cuarenta.

La cuestión es que él sea feliz creyéndose un excelente naturalista, dotado de buenos ojos. Y si es feliz con mi asentimiento, ¿por qué negárselo? Alguna vez él mismo sale de su error, y entonces, enternecido, paga con un beso mudo la intención de mi aquiescencia. Y este beso de mi marido vale más, mucho más que toda la fauna, incluso la humana, que puebla la tierra.

¡Oh, París! Usted lo conoce por los libros, pero no sabe verdaderamente lo que es aquella vida. Nos espera allá una existencia muy dulce. Consideró el oficinista tales palabras como una aceptación, creyéndose autorizado después de ellas para abrazarla... ¿ que acepta usted?... ¡Oh! ¡Gracias! ¡gracias!

Eran vanos los grandes esfuerzos para librarse de este ambiente fatal, de la herencia del medio, del círculo en que forzosamente nos movemos; hasta que llegaba la muerte y otros animales semejantes venían a dar vueltas en el mismo redondel, creyéndose libres porque siempre tenían ante sus pasos nuevo espacio que correr. «Los muertos mandan», afirmaba una vez más Jaime en su pensamiento.

Ella, que conocía casi toda la tierra, sólo había pisado por unas horas el suelo de España, cuando desembarcó en Barcelona del transatlántico mandado por él. Los españoles le inspiraban miedo y atracción. Una noble gravedad reposaba en el fondo de sus hipérboles amorosas. Usted es un exagerado, un meridional, que lo amplifica todo y miente, creyéndose sus propias mentiras.

Después del fracaso de la intentona, y andando ya O'Donnell barriendo las calles de Madrid a metrallazos, no creyéndose bastante seguro en su escondite, salió en busca de otro, con su disfraz de carbonero; y en este viaje le alcanzó una peladilla y le tendió boca abajo.

Fernán González, no creyéndose en la obligación de guardar más tiempo fidelidad á sus Reyes, viéndose tan indignamente tratado, toma sin rebozo las armas contra León; vence á los leoneses, y, después de abrazar á su esposa, dicta á sus Reyes las condiciones de paz.

Perduraba en su alma de hombre del campo el respeto a la legitimidad del matrimonio, creyéndose autorizado a mayores libertades con la aristocrática amiga del torero que con las pobres mujeres que formaban la familia de éste. Pasó por alto doña Sol estas palabras y acosó con sus preguntas al bandolero, queriendo saber cómo había llegado a su estado actual.

Pepe, el casero de los Marqueses, con la boca abierta, en pie, pasmado y triste, esperaba órdenes en la habitación contigua a la del moribundo. Vio salir a Frígilis que enseñaba los puños al cielo, creyéndose solo. ¿Qué hay, señor? ¿Cómo está ese bendito del Señor?...

Palabra del Dia

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