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La transacción le costó al clérigo humillarse hasta el polvo, una abdicación absoluta. Vivieron en paz en adelante, pero él vio siempre en ella a su señor de horca y cuchillo; tenía su honor en las manos; podía perderle. No le perdió. Pero una noche, cuando el cura cenaba, tarde, después de estudiar, Paula se acercó a él y le pidió que la oyese en confesión. Hija mía ¿a estas horas?

A buena parte iba la correveidile de Glocester». Fortunato ya había dado palabra de honor de ir a la solemne sesión de La Libre Hermandad. Esto y el ver allí a la de Páez, su más fiel devota, agravó el mal humor del Vicario. Le costó trabajo estar fino y cortés y lo consiguió gracias a la costumbre de dominarse y disimular.

Pues ¿para qué se quieren las cosas buenas sino para las ocasiones como la presente? Me costó algún trabajillo hacer comprender a mi tío, que tomaba mi resistencia a desaire, que se duerme mejor y más descuidadamente que entre encajes y damascos, bajo las coberturas sencillas que usamos a diario los simples mortales.

Se cantaba Los Puritanos, y aquél rebosaba de gente; de suerte que nos costó algún trabajo introducirnos y escalar uno de los rincones; pero al cabo llegamos. Teresa se encontró admirablemente y me pagaba los trabajos que había pasado para llevarla hasta allí con mil sonrisas y palabras amables.

Ricardo quiso ser artillero. ¡Cuántas lágrimas costó a su madre esta implacable decisión del niño! La primera vez que partió a Segovia, la buena señora creyó morir; se empeñó en no salir de casa hasta que su hijo volviese, y cumplió su empeño.

Me costó gran esfuerzo hacerle comprender a aquella simple lo que deseaba de ella, y en un principio rechazó con horror mi proposición; pero la vista del oro y la promesa de una renta anual, acabaron de triunfar de sus escrúpulos. Las circunstancias favorecieron de una manera muy particular la ejecución del proyecto de la condesa.

Más trabajo le costó todavía á Ferragut reconocer á una señora pequeña y encogida que estaba junto al poeta. Colgaban de su esqueleto flácidas adiposidades, como harapos de un pasado esplendor.

Gran trabajo me costó reprimir una expresión de horror viendo á aquella masa humana acercarse á mi, teniéndose alternativamente en una y otra pierna. El monstruo me hizo seña de que esperara, y después se paró delante de , contemplándome fijamente los estúpidos ojos y dándome con el resuello en la cara.

Y a la noche tercera luché todavía; me había engañado; el premio me costó batalla nueva, y sólo pude recogerlo entre molestias sin cuento, por culpa del maíz deleznable, curioso, importuno, entremetido. Ramona, ya rendida, se quejaba también.

Todo esto costó cerca de cien mil francos, hoy reembolsados ya. ¡Ay, mi pobre Beauvallon...! Nosotros, comiquillos, que nos pintamos por la noche para complacer al cochino público, no somos mas que unos niños comparados con las damas del gran mundo, que se rehacen una belleza y una juventud en beneficio de sus galanes.