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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Pasaba de una provincia a otra con la facilidad de un buen conocedor del terreno, y los propietarios de Sevilla y Córdoba contribuían por igual a su sostenimiento. Transcurrían semanas enteras sin que se hablase del bandido, y repentinamente se presentaba en un cortijo o hacía su entrada en un pueblo, despreciando el peligro.
Que te iga quién es, o que se lo yeven los demonios. ¡Mardita sea la suerte!... ¿Es que no podrá uno dormir?... El Nacional escuchó esta contestación al través de la puerta del cuarto de su maestro, y la transmitió a un peón del cortijo que aguardaba en la escalera. Que te iga quién es. Sin eso, el amo no se levanta. Eran las ocho.
Yo estoy en toas partes. Después habló de las ocasiones en que había visto al espada camino del cortijo, unas veces acompañado, otras solo, pasando junto a él en la carretera sin reparar en su persona, como si fuese un misero gañán montado en su jaca para llevar un aviso a cualquier choza cercana. Cuando usté vino de Seviya a comprá los dos molinos que tié abajo, le encontré en er camino.
Salvatierra, al oír el nombre del cortijo, recordó a su camarada del ventorro del Grajo, aquel enfermo que ansiaba su presencia como el mejor remedio. No le había visto desde el día en que el temporal le obligó a refugiarse en Matanzuela, pero le recordaba muchas veces, proponiéndose repetir su visita en la próxima semana.
Y los Alcaparrones pequeños, como si de repente obedeciesen a un rito de su raza, pusiéronse de pie y comenzaron a correr por el cortijo y sus alrededores, dando alaridos y arañándose la cara. ¡Juy! ¡juy! ¡Que ha muerto la pobresita prima!... ¡Juy! ¡Que se nos ha ido Mari-Crú!...
Debía también enterarse de la marcha de los trabajos. La idea de acompañar al espada en esta excursión hizo sonreír a doña Sol por lo absurda y atrevida. ¡Ir a aquel cortijo donde pasaba la familia de Gallardo una parte del año! ¡Entrar, con el estruendo escandaloso de la irregularidad y del pecado, en aquel ambiente tranquilo de casero corral, donde vivía con los suyos el pobre mozo!...
El temible Plumitas mostraba un orgullo infantil al hablar de sus glorias. Repelía ahora la modestia silenciosa con que había entrado en el cortijo, aquel deseo de que olvidasen su persona, para no ver en él mas que un pobre viandante empujado por el hambre. Se enardecía al pensar que su nombre era famoso y sus actos alcanzaban inmediatamente los honores de la publicidad.
Los que en días de holganza no iban a sus casas, quedándose en el cortijo para seguir las pláticas religiosas de un sacerdote enviado de Jerez, tenían por la tarde, en el ventorro, unas cuantas copas pagadas por el amo. Dupont era un creyente moderno, como él decía. Todos los caminos resultaban buenos para llegar a la conquista de las almas.
Todavía, sin embargo, ocurre muy a menudo que la familia elegante, o con humos de elegante, carece de hogar de donde los humos procedan; esto es, no tiene ni siquiera cortijo. Si le tiene algún amigo o pariente, la familia puede aprovecharse de la amistad o del parentesco.
Y como el cortijero se quedase mirando a este ser extraordinario, cuyo nombre no había oído jamás, el tocador se inclinó ceremoniosamente como un hombre de mundo, experto en fórmulas sociales. Beso a uzté la mano... Y sin añadir palabra se entró en el cortijo, siguiendo a la demás gente que guiaba la Marquesita.
Palabra del Dia
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