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Cualquiera hubiérase creído allí en un salón aristocrático de la corte de España: oíase hablar por todas partes en castellano, con esa vehemencia y esos gritos propios de los españoles cuando se exaltan, y en grupos y corrillos acá y allá diseminados, veíanse damas y gomosos de la aristocracia madrileña, hombres políticos del partido de Isabel II y algunos de esos personajes innominados que suelen verse a todas horas y en todas partes, sin que nadie pueda decir de ellos sino que son un tal Sánchez o un tal Pérez.

Allí se ven las fieras del Retiro, el Museo de Pinturas, el Naval, la Armería; nada de teatros ni de bailes que aún son más peligrosos que en Vetusta: correr calles, ver mucha gente desconocida, despearse y a casa. Las niñas vuelven a su tierra diciendo de todo corazón que se han aburrido en la Corte, que su convento de su alma, que cuánto más se divertían allí con las Madres y las compañeras.

De aquí que al amor ideal, al amor exclusivo y único, que iba a brotar en mi alma, por primera vez y como flor tardía, le corté yo las alas antes de que remontase el vuelo. Juan Maury se ha ido. Yo no le censuro. Ha hecho bien. Ni él podía darme ni yo podía exigirle amor constante y para siempre. Deploro el amor ahogado antes de nacer, mas no el que ya vivía y ha muerto.

Esto, a lo menos, no puedo dejar de contarlo, porque se note la crianza y puntualidad de mi buen marido. «Al entrar de la calle de Santiago, en Madrid, que es algo estrecha, venía a salir por ella un alcalde de corte con dos alguaciles delante, y, así como mi buen escudero le vio, volvió las riendas a la mula, dando señal de volver a acompañarle.

Viaje artístico de tres siglos por las colecciones de cuadros de los reyes de España. Barcelona, 1884. Madrid, 1885. La corte y la monarquía de España en los años 1636 y 37. Madrid, 1886. Historia de las ideas estéticas, en España. Madrid, 1890. Conde de la Viñaza. Adiciones al diccionario histórico de Cean Bermúdez. Madrid, 1894. Aarseens de Somerdyck.

El astrònomo, ó geógrafo, que esperan en dicho Coimbra, supongo que será con el fin de levantar la carta de dichas usurpaciones, para remitirla á su Corte è ilustrarla: todo lo cual requiere mucho tiempo, y me hace creer que está muy distante la verificacion de mi línea divisoria.

El suizo se había precipitado a su camarote y hacía sus maletas con una velocidad increíble... El vapor apareció; pero como todos tienen un corte igual, es necesario esperar a oír el silbato para distinguirlos. ¿Sería el Victoria? ¿Sería el Calixto? En ambos casos estábamos salvados.

Mi padre tiene una torre con almenas en la Montaña, nuestro solar es muy antiguo; me llamo Esperanza de Figueroa. ¡Ah! ¿Eso es cierto? Ya lo sabréis... ¿Y servías...? Como doncella, á una grande de España; hay muchas damas sirviendo en la corte, hijas de nobles pobres; no se nos trata como se debía... ¡la necesidad...! somos siete hermanos... mi padre enfermo... mi madre anciana...

Pero estas señoras damas... me han calumniado, me han herido en mis sentimientos más puros, sosteniendo que yo hice la corte a la Benina... y que la requerí de amores deshonestos, para que por y conmigo faltase a la fidelidad que debe al caballero de la Arabia... ¡Si nosotras no hemos dicho semejante desatino! Todo Madrid lo repite... De aquí, de estos salones salió la indigna especie.

Al verse doña Cristina bien instalada en Barcelona, con una corte de sobrinos que adulaban á la tía rica de Valencia, su hijo se embarcó como aspirante en un trasatlántico que hacía viajes regulares á Cuba y los Estados Unidos. Así empezaron las navegaciones de Ulises Ferragut, que sólo habían de terminar con su muerte.