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Actualizado: 29 de julio de 2025
Juanito miraba a la joven con tierna simpatía. ¡Era tan buena muchacha...! Para convencerse, bastaba verla por la calle con el velo caído sobre los ojos bajos, andando con paso menudo y gracioso, arrimada siempre a la pared, como si quisiera evitar la atención de los transeúntes. Su belleza no era gran cosa.
El corazón cerrado a la piedad... ¡Si basta entrar allí para convencerse!... Estampas de reos liberales en las paredes, periódicos perversos de los que venden por las calles, comedias o noveluchas que lleva ese Millán de la imprenta y que permitís leer a Leocadia, libros malos... y en toda la casa no hay una imagen de la Virgen ni una cruz de palo... Yo no mando... Pues es necesario que mande Vd.
Después de besar repetidas veces las heladas mejillas de la pobre niña, dieron por terminada su piadosa obra. Allá, en lo más hondo de la casa, sonaban gemidos de hombres y mujeres. Era el triste lamentar de los padres, que no podían convencerse de la verdad del aforismo angelitos al cielo, que los amigos administran como calmante moral en tales trances.
La niña de Rojas, al convencerse de que el norteamericano huía verdaderamente, hizo un gesto de cólera, al mismo tiempo que lanzaba palabras suplicantes: ¡No se vaya, gringuito!... Oiga, don Ricardo; no se ofenda... Mire que esto sólo ha sido para reir, lo mismo que otras veces.
Cuando logró convencerse, volvió a levantar la vista hacia el palco... ¡la celestial visión había desaparecido!... ¡Judit ya no estaba allí... se había ausentado!...
Ella comprendió la extrañeza del capitán al encontrarla en país enemigo; la inquietud que sentía por él mismo al ver á una espía en su buque. Miró en torno para convencerse de que estaban solos, y habló en voz baja. La doctora le había enviado á Francia para que «trabajase» en los puertos. A él solo podía revelar el secreto. Ulises se indignó ante esta confidencia.
Había otra porción de tertulianos que con las mismas disposiciones para el arte musical que el intendente, se habían prestado a tomar parte en la función. Entre todos ellos descollaba como la robusta encina en bosque de madroños, el tío Manolo. Miguel pudo convencerse en seguida de que era el gallo de la quintana.
Así lo hace Farjolle, mas con tan enemiga fortuna, que lo pierde todo, y Baret, al saberlo y convencerse de que Farjolle no puede reembolsarle su dinero, le procesa y encarcela. Es una escena magistral que reaparece casi íntegra en la comedia «Brignol y su hija».
Luego, satisfecha la curiosidad sobreviene la indiferencia, y los héroes de un día se reembarcan sin otro acompañamiento que media docena de amigos que quedan allá como cónsules de su renombre y encargados de sus negocios. Los únicos que no olvidan son los «doctores», que para convencerse de su propia superioridad, repiten: «No ha dicho nada nuevo.
Martín llegó a convencerse de que la buena señora tenía una imposibilidad irreductible para enterarse de la cosas. Lo veía todo a su gusto y se convencía de que los hechos era como se los había pintado su fantasía. Si de la madre cualquiera hubiese dicho que le faltaba un tornillo, no podía decirse lo mismo de su hija.
Palabra del Dia
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