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Actualizado: 1 de junio de 2025
»Compartimos su dolor y procuramos consolarle; pero, ¡ay de mí! bien pronto la perdió, y lloramos con él sin poder calmar su tristeza, que aumentaba cada día. Obligado por nuestras continuas preguntas, nos declaró, por último, que hacía tiempo meditaba un proyecto que nos participaría al día siguiente.
Pero era un buen muchacho y hombre de bastante talento, e hizo, a su vez, algunos razonamientos acertados al notario, para consolarle en su aflicción. A su entender, M. de Villemaurin ponía las cosas peor de lo que ya estaban: existían otros recursos. Decir a M. L'Ambert que quedaría desfigurado para toda su vida, era desesperar demasiado pronto de la ciencia.
Aquella tarde le acompañaron un rato Bailón, el carnicero de abajo, el sastre del principal y el fotógrafo de arriba, esforzándose todos en consolarle con las frases de reglamento; mas no acertando Torquemada á sostener la conversación sobre tema tan triste les daba las gracias con desatenta sequedad.
Sentíase avergonzado de vivir él, tan viejo y tan feo, muriendo su mujer, joven y hermosa. Hicimos cuanto pudimos por consolarle. Después de algunos días supe que la había dotado en vida en más de la mitad de su hacienda, y que la hermana de Raquel se había apresurado a reclamarle esta dote. Mis amores experimentaron un gravísimo contratiempo.
Al día siguiente se quedó en la cama, porque tenía la nariz muy hinchada y un ojo también. Miguel fue a hacerle compañía y procuró consolarle del mejor modo que pudo con alguna piadosa lisonja.
Primitivo decía a Julián para consolarle: Una cosa es hablar, y otra hacer.... O matar a Primitivo, o entregársele a discreción: el capellán comprendía que no quedaba otro recurso. Fue un día a desahogar sus cuitas con don Eugenio, el abad de Naya, cuyos discretos pareceres le alentaban mucho.
Y el muchacho repitió lo de la pérdida del jornal varias veces, dándole con su acento una importancia extraordinaria, como la mejor demostración de la gravedad del enfermo. Aresti creyó consolarle, prometiendo que enviaría al médico que estaba en Galdames, tan pronto como volviera. Pero el muchacho rompió á llorar de nuevo.
Por mucho que me parecieran disparatadas las razones de mi amigo, todavía lo vi tan cordialmente afligido y con abatimiento tal, que tuve a mejor partido el consolarle con otros discursos no de más compás que los suyos, y procuré que durmiendo recogiese con el sosiego algún poco de más de seso.
Clara, llorando también, acudió a consolarle y después que partió se sintió indispuesta. Elena había logrado tener sus martes. Desde las cuatro recibía en su lindo boudoir a los amigos y amigas de más intimidad. Se charlaba, se reía, se tomaba te, se comían bastantes emparedados y se decían no pocas tonterías.
Palabra del Dia
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