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Esta era tan irresistible, que me obligó a salir a los sitios de mayor peligro. De poco servía ya mi escaso auxilio, pues ni aun se trasladaban los heridos a la bodega, por ser muchos, y las piezas exigían el servicio de cuantos conservaban un poco de fuerza.

Su nariz pequeña, redonda, arrugada y dura como una nuececita, no paraba un instante: tanto la movían los músculos de su cara pergaminosa, charolada por el fregoteo de agua fría que se daba todas las mañanas. Sus ojos, que habían sido grandes y hermosos, conservaban todavía un chispazo azul, como el fuego fatuo bailando sobre el osario.

Lo mejor era envolver aquellos despojos sangrientos en un pañuelo y tirarlos en medio de la calle cuando saliera. ¿Y la sangre? Limpió la colcha como pudo, soplando el polvo. Después advirtió que su mano derecha y el puño de la camisa conservaban algunas señales, y se ocupó en borrarlas cuidadosamente. También la mano del almirez necesitó de un buen limpión. ¿Tendría algo en la ropa?

Se pasaba las horas muertas haciendo el juego del bilboquet, o bien entretenido en enredar con los muchos gatos que había en la casa. Todas las crías de la hermosa menina de doña Paca se conservaban, al menos mientras les duraba el donaire de la infancia gatesca.

Confusa aglomeración de frailes, de verdugos, de alguaciles, cubrió al instante el ancho quemadero, rodeando a los condenados. Con muy poca emoción vio Ramiro estrangular a los arrepentidos. Algunos, al morir, dejaban caer la coroza; otros la conservaban sobre su horrible cabeza colgante.

No había camino del castillo a la puerta de la tapia; la avenida principal estaba casi borrada por las hierbas y por los arbustos. En dos ventanas del castillo brillaban luces; miradas melancólicas que parecían observar algo a través del follaje. El jardín tenía grandes olmos copudos, como haciendo centinela, y muchos rosales que aun conservaban marchitas rosas blancas.

Sus facciones no conservaban contracción de ira ni gesto de dolor; pero los ojos, vidriados por la muerte, indicaban todavía el tesón indomable de su alma, sin que bastaran a desfigurarle la barba crecida ni el semblante pálido por la hemorragia.

En nuestros viejos romances y leyendas, siempre roba el moro a la linda infantina cristiana, y siempre el caballero cristiano logra su anhelo con la princesa mora, en la noche o en la mañanita de San Juan; y en el pueblo se diría que conservaban la tradición de los viejos romances. Las calles estaban llenas de gente. Todo el pueblo estaba en las calles y además los forasteros.

Cuando estudiaba esta gran figura, que realzaba maravillosamente la idea que se tiene en general de un corsario, y aun de un pirata, la señorita Margarita me suplicó que entrara. Halléme entonces frente á un viejo flaco y decrépito, cuyos ojos conservaban apenas una chispa vital, y que para acogerme, tocó con mano temblorosa el bonete de seda negra que cubría su cráneo luciente como el marfil.

En ambos casos se hacian tributarios de los cristianos; pero con esta notable diferencia, que los entregados por capitulacion conservaban derechos de que no podian ser legalmente despojados, y los rendidos á la fuerza, no pudiendo alegar ningun pacto escrito, solo por humanidad y equidad no eran tratados como cautivos y no se veían reducidos á ese tristísimo estado que el sabio rey D. Alfonso reconocia como la mayor malandancia que los homes pueden haber en este mundo .