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Actualizado: 25 de junio de 2025


Después de todo, en ella no había envejecido nada, nada más que aquel rostro que se empeñaba en ajarse y aquella cabeza que producía con horrible feracidad cabellos blancos. La carne de su cuerpo, su pecho, sus brazos, sus espaldas, conservaban la misma tersura de alabastro, el mismo brillo adorable, sello de una raza fina y hermosa.

Procopio dice, hablando del tiempo de Justiniano, que los romanos sólo conservaban de los griegos las tragedias, mimos y piratas, de lo cual se deduce que en el siglo VI se daban espectáculos trágicos, así en Roma como en Constantinopla.

Las monjas que las vigilaban permitían aquella infracción a la regla, porque ellas tampoco podían resistir, y cerrando dulcemente sus ojos y arrullándose en un plácido arrobo, conservaban en las facciones, como una careta, el mohín de la maestra, cuya obligación es mantener la disciplina.

La ropa blanca de Inesita estaba en la cómoda, y los vestidos y demás galas se conservaban en un cuartucho obscuro, inmediato a la alcoba, donde había perchas, y donde los cubrían algunas colchas viejas de indiana y de coco. Lo primero que hizo Inesita fue esconder la carta con el mayor disimulo entre la almohada de su cama y la funda.

Tiró de una cadena, sonó una campana oculta, se abrió un ventanillio, y el mendigo, después de hablar por él, se dispuso a retirarse, extendiendo la mano para recoger unas cuantas piezas de cobre. Ahora mismo saldrá el hermano. Pasó el doctor mucho tiempo en el patio, cuyas baldosas conservaban el agua de la lluvia nocturna. Todo un lado lo ocupaba la fachada de la antigua casa de San Ignacio.

El antiguo mancebo de D. Mauro Requejo hallábase tan demacrado, tan excesivamente amarillo y mustio, como si hubiera vivido diez años de penas en el transcurso de algunos días. Sus ojos encendidos conservaban huellas de recientes lágrimas, y su desmadejado cuerpo se movía con pesadez, como si le fatigara su propio peso.

Luisa no daba señal alguna de vida; Kasper y Frantz conservaban una inmovilidad de piedra entre la maleza.

Frisaba ya doña Lupe en los cincuenta años, mas estaba tan bien conservada, que no parecía tener más de cuarenta. Había sido en su mocedad frescachona de cuerpo y enjuta de rostro, y tenía cierto parecido remoto con Juan Pablo. Sus ojos pardos conservaban la viveza de la juventud; pero tenía cierta adustez jurídica en la cara, acentuada de líneas y seca de color.

Un vestido, una saya, una basquiña, cualquiera otra prenda, duraba años y años sobre el cuerpo de la chacha Ramoncica ó guardada en el armario. Después, estando aún en buen uso, pasaba á ser prenda de Rafaela. Los muebles eran siempre los mismos y se conservaban, como por encanto, con un lustre y una limpieza que daban consuelo.

Secundábale Herrera Barnuevo con la pesadísima decoracion de la capilla de S. Isidro de Madrid. Todavía sin embargo se conservaban enteras las cornisas y se miraban con cierto respeto las líneas rectas; pero vino Donoso en el reinado infeliz de Cárlos II, con su claustro de Sto. Tomás, con su iglesia de la Victoria, con sus fachadas de la Panadería y de la iglesia de Sta.

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