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Actualizado: 11 de junio de 2025


Vamos a lo que importa. Mira..., mañana..., no, mejor ahora mismo, espera. Vengo prevenido para ver si me ahorro otro madrugón. Sacó de la petaca una tarjeta, un sobre pequeño y un lápiz; miró en torno, y convencido de que la gente que pasaba no era tal que pudiese conocerle, hizo ademán de escribir sosteniendo la tarjeta en la mano izquierda.

Ni igual mío ni igual vuestro, padre; el conde de Lemos ha llegado á ser mi esposo sirviéndoos de una manera harto miserable; os convenían sus servicios y me casásteis... cuando yo era una inocente... cuando no sabía quién era el marido que me dábais... después, él mismo se ha encargado de que yo conozca el mundo al conocerle á él; me encontré viuda, viuda del corazón, y Quevedo... el gran Quevedo...

Pero ¿dónde está Marina? ¿Dónde está? dijo la enferma. Se ha huido con el criado, robando cuanto han podido haber a las manos. ¿Y mi marido? Se ha ausentado sin saberse adónde. ¡Jesús! exclamó la enferma, aplicándose las manos a la frente. ¿Y el duque? preguntó después de algunos instantes de silencio . Debéis conocerle, pues en su casa fue donde creo haberos visto.

Condesa dijo el coronel , si alguna vez viene Dumas a España, me obligo a traerle a vuestros pies para que os gracias por el modo que tenéis de juzgar sus obras. ¿No tendríais gusto en conocerle? En general no deja de tener inconvenientes el conocer a escritores de gran mérito. ¿Y por qué, condesa? Porque lo común es que desprestigia al autor.

Y nunca estaba Jacinta más celosa que cuando su marido se daba aquellos aires de formalidad, porque la experiencia le había enseñado a conocerle, y ya se sabía, cuando el Delfín se mostraba muy decidor de frases sensatas, envolviendo a la familia en el incienso de su argumentación paradójica, picos pardos seguros.

Su recuerdo es para un ariete, relámpago que cruza las soledades de mi cerebro, viento agitado en mi calma abrumadora, águila que despierta en horas de abatimiento a picotazos mi alma. Fui, con varios condiscípulos, expresamente a conocerle. Habitaba casa humilde y vivía modestamente.

Vámonos, profesor ordenó á Flimnap . Estamos cansando con una visita demasiado larga á este pobre gigante, que no parece de un vigor intelectual en armonía con su estatura. Despídame de él; dígale que he tenido mucho gusto en conocerle. Y se puso de pie, acudiendo inmediatamente los dos aspirantes á profesor que sostenían la cola de su toga.

Todas aquellas matronas de barba canosa y brazos algo velludos, graves y señoriles, con la majestad de la madre de familia, no podían conocerle por la razón de que él había rehuido hasta entonces las dulzuras y placeres de la vida social. Nadie podía adivinar en su persona al célebre profesor Flimnap, tan alabado por todos los periódicos.

Pero, alma de Dios repuso la otra , si aún no hemos cumplido los veinte años, y no hace uno que andamos por el mundo, ¿cómo hemos de conocerle con tantos pelos y señales? ¿Qué sabes todavía cuál es bueno ni cuál es malo, tratándose de hombres y de mujeres?

Las nuevas generaciones desconocían a los viejos, se negaban a recibir de sus brazos, fatigados y débiles, el fardo de odios y esperanzas. Salvatierra miraba con tristeza al grupo de los trabajadores. No le conocían o fingían no conocerle. Ni una sola mirada se había fijado en él.

Palabra del Dia

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