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¿En dónde principia esa Vírgen? No se sabe. Un ropaje magnífico oculta sus piés. ¿En dónde acaba? No se sabe. El dedo índice de su mano derecha señala á lo alto, y el cielo es un espacio que no tiene confines.

Entonces, la voz de sochantre del alcalde se dejaba oir en toda la calle, y aun en los confines de la villa. Sus ojos se inyectaban, y su rostro apoplético llegaba a ponerse morado. Imposible entender lo que decía, si no eran los ajos con que salpicaba el discurso, y aun éstos los ahuecaba de tal modo, que sólo la jota se percibía con claridad.

Pasó por debajo del arco que comunica el palacio con la catedral y entró en la parte más desahogada y esclarecida de la travesía. Un reverbero de aceite engastado en la esquina servía para iluminarla toda. El cuitado hacía inútiles esfuerzos, secundado por la gran mariposa de hoja de lata, para enviar alguna claridad a los confines de su jurisdicción.

En el seno de la prosperidad en que ella vivía, no pudo darse nunca cuenta de lo grande que es el imperio de la pobreza, y ahora veía que, por mucho que se explore, no se llega nunca a los confines de este dilatado continente. A todos les daba alientos y prometía ampararles en la medida de sus alcances, que, si bien no cortos, eran quizás insuficientes para acudir a tanta y tanta necesidad.

Don Germán contempló el cielo, largo rato, escrutando con avidez sus abismos azulados, sus millones de luminarias maravillosas. Al fin los bajó de nuevo murmurando: «¡No; el amor no se hundirá porque el amor es DiosPaseó después su mirada por el campo. Allá, hacia el oriente, en los confines del horizonte un tenue reflejo del firmamento señalaba el sitio donde se asentaba Madrid.

La masa de follaje del Sotillo se teñía de amarillo. Con una ojeada perezosa y distraída Elena abrazaba el bosque y el vasto horizonte, fijándola con insistencia en sus confines azulados. Aquel noviembre venía seco, pero frío ya.

La noche se llega al fin: el sol sepulta sus fuegos en los confines de la yerma llanura: algunas nubecillas finas y delgadas, como rayas trazadas en el firmamento, después de ennegrecerse fuertemente, concluyen por desaparecer. El paseo pierde todo su esplendor; ya no es más que un grupo numeroso de coches sin brillo ni poesía.

Hubo diferentes pareceres, y últimamente pareció el más acertado, que se acometiese la ciudad de Cristopol, puesta en los confines de Tracia en Macedonia por tener la entrada de las dos provincias fácil, y la retirada segura, y los socorros de mar sin poderselos impedir, como en Galípoli, que ocupado el estrecho con pocos navios de guerra impedian el libre comercio que venia por mar á darles alguna ayuda.