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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Me preguntaba lo que valen a los ojos de Dios las oraciones de esas malas almas... ¿Las escucha?... ¿Las perdona cuando por toda reparación pasan unas cuentas del rosario creyendo que eso basta para expiar una calumnia o una maledicencia?... Empezaba a sentirme muy severa para todas esas faltas y sus autoras, cuando me llegó la vez de confesarme.
Es cierto replicó Sola , y ahora, para que no quede en mi corazón ni un fondo siquiera de los secretos que he guardado en él por tantísimo tiempo, voy a confesarme con usted.... Delante de un sacerdote, delante de Dios mismo no sería más sincera, créamelo usted.... Si antes no hablé de esto, fue porque yo quería considerarlo como cosa muerta y sepultada.
No quiero confesarme con Vd. de... cómo... de lo que me pasó... en fin, de cómo conocí a mí primer amante. Si llego a caer con un hombre bueno... le aseguro a usted que aquel hubiera sido el único. Al cabo de dos años, supe que don Ulpiano andaba otra vez por Madrid gastando mucho y viviendo a lo grande, pero sin meterse en negocios ni tener fortuna conocida.
Casi no me atrevo a confesarme a mí mismo una cosa; pero contra mi voluntad esta cosa, este pensamiento, esta cavilación, acude a mi mente con frecuencia, y ya que acude a mi mente, quiero, debo confesársela a Vd.; no me es lícito ocultarle ni mis más recónditos e involuntarios pensamientos.
Muy poco tiempo después de llegar el padre Gil a Peñascosa y desempeñar el cargo de excusador, empecé a confesarme con él. Le encontré prudente, advertido y extraordinariamente piadoso. El respeto que yo tenía a su talento y la admiración a sus virtudes eran tan grandes que algunos maliciosos de la población pudieron muy bien figurarse que existía una inclinación en mí hacia su persona.
Ya otra vez tuve miedo de descender a mi interior para realizar un examen de conciencia, este deber que siempre me ha sido fácil, y agradable. Pero el miedo de entonces nada tenía que pudiera parangonarse con el de hoy. »¿Me engaño a mí misma? ¿Y cómo pretender que los demás sean sinceros? ¿Me impide la soberbia confesarme que he podido engañarme?
Pero... pero te vi... continuó Artegui . Te vi por casualidad, y por azar también, y sin que de mí dependiese, estuve a tu lado algún tiempo, respiré tu aliento, y sin querer... sin querer... comprendí que.... No quise confesarme a mí mismo tu victoria, ni la conocí hasta que te dejé en ajenos brazos.... ¡Oh! ¡Cómo maldije mi necedad en no haberte llevado conmigo entonces!
El P. Jacinto, con el codo sobre la mesa, la mano en la mejilla y los ojos clavados en D. Fadrique, aguardaba que hablase. Don Fadrique, en voz baja, habló de este modo: Aunque yo no soy un penitente que vengo á confesarme, exijo el mismo sigilo que si estuviese en el confesonario. El padre, sin responder de palabra, hizo con la cabeza un signo de afirmación.
Si vas a confesarme la verdad, no me la digas, no; prefiero quedarme con la sospecha. Enronquecida y sin fuerzas, dejóse caer en el sillón más próximo, que crujió bajo el enorme peso; temía ahora tanto de que Esteven hablara, como antes deseaba que rompiera el sospechoso silencio. Don Bernardino preguntó: ¿Sabes quién es el hombre que acaba de salir de aquí? Como no me lo digas...
Señor cura díjole Magdalena, supliqué a papá que le llamase porque siendo mi director espiritual de siempre, quiero confesarme con usted. ¿Está dispuesto a escucharme? El sacerdote hizo un signo afirmativo. Magdalena volviose hacia su padre y le dijo: Papá, déjeme usted sola un instante con este otro padre que es padre de todos.
Palabra del Dia
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