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De todos modos yo no creo en las grandes pasiones; estoy convencida de que no quiero ni querré nunca a nadie. ¡Si usted supiera, Muñoz, lo que le dije hoy a Raquel! Le abrí mi alma, le confesé eso, que soy una desdichada, que no puedo querer y que usted tampoco era capaz de quererme. ¡No dices lo que sientes! interrumpió Charito con ingenua energía y desolada por el giro que tomaba el asunto.

Pero ahora me pesa de no haberlo hecho, y digo, y declaro, y perjuro, que quiero a Dios y a la Virgen y a todos los santos; y que por todo lo que les haya ofendido me castiguen, pues si no me confesé y comulgué este año fue por aquél de los malditos casacones, que me hicieron salir al mar cuando tenía el proeto de cumplir con la Iglesia.

Y todo sucedió como él lo había dispuesto y vaticinado: se confesé a las once, comulgó a las once y media, y se murió antes de las doce. ¡Cuánto lloró Verónica aquel día, y al siguiente, y con qué fervor rezó por el alma del muerto, y con qué sinceridad prometió a su memoria grabar en el corazón sus últimas advertencias, y ajustar a ellas todos los actos de su vida!

Volví a enredarme de un modo tristísimo, hasta que el capellán me llamó de nuevo al orden. Al cabo, aunque desastrosamente, me expliqué y confesé que estaba enamorado de la hermana San Sulpicio, y que venía a suplicarle que me ayudase contra su familia, que la retenía injustamente en el convento, para hacerla mi esposa.

Y eran de ver las idas y venidas cuando confesé que todavía no me había desayunado. ¡En seguida, el cubierto, niñas! La mesa en medio del cuarto, el mantel del domingo, los platos de flores. No se rían tanto, hagan el favor, y vamos de prisita. Creo que, efectivamente, se apresuraron. Apenas en el tiempo necesario para romper tres platos, encontrose servido el almuerzo.

Y luego me sentí inflamado de un fuego dulce, para desconocido; de un fuego que parecía aislar dentro de mismo mi alma, purificarla, levantarla hasta el cielo; pareciome tenerla en contacto con Dios, bendecida por él; luego me sentí completamente abstraído, espiritualizado, fuera del contacto de todo lo terreno, y pareciome tocar con mi espíritu el espíritu de Dios, del Dios justo y bueno que premia a los que lloran; y creí en Dios y le confesé con la inmensidad de mi pensamiento.

¿Y confiesas el delito delante del rey? dijo severamente Felipe III. En primer lugar no fué delito; en segundo lugar ya lo confesé, y he cumplido la penitencia. ¿Y luego no velo yo por Dorotea? ¿no me sacrifico por ella? ¿no sufro un infierno por ella? ¿Pero aquel hombre murió? dijo profundamente el padre Aliaga.