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Actualizado: 22 de junio de 2025


Los carlistas atacaron el pueblo, los nacionales se refugiaron en la torre de la iglesia, y entonces aquéllos la incendiaron: un nacional que se descolgó por una ventana, pudo correr al caer a tierra, pero le vio el prior y comenzó a gritar: ¡a ese conejo que se escapa! ¡cazarle! y le mataron. Por supuesto, que el tal prior era una fiera.

Y en honor de la verdad, aquellos destinos del orbe entero, que encerraba Napoleón en el pliegue vertical de su frente, podían quedar entre las cejas del marqués perfectamente arropados, como entre dos pellejos de conejo.

No se veía un hocico de conejo entre los serpoles del vivar. Percibíase solamente un estremecimiento misterioso, como si cada hoja, cada brizna de hierba protegiese una vida amenazada. ¡Esa caza de monte tiene tantos escondrijos! Las gazaperas, la montanera, las fajinas, las malezas y además los hoyitos de bosque que durante tanto tiempo conservan el agua llovediza.

Vestía de negro, la cara rasurada, la boina grande, de gascón; llevaba patillas cortas, que entre los marinos franceses solían llamar patas de conejo, y por debajo de la manga se le veían en las dos muñecas unas anclas tatuadas, de color azul. Tenía la nariz larga, los ojos pequeños, las cejas como pinceles y un rictus sardónico en los labios.

Choto se metió por un agujero, como hurón que persigue al conejo, y siguiéronle el doctor y su guía, que tentaba con su palo el tortuoso, estrecho y lóbrego camino. Nunca el sentido del tacto había tenido más delicadeza y finura, prolongándose desde la epidermis humana hasta un pedazo de madera insensible.

Llévale de mi parte dos botellas de Champagne de buena marca, para que acompañe con ellas el guisado, que le harás hoy, del conejo. ¿Pero está loca, señora? ¿Sabe lo que cuestan dos botellas de Champaña? Nos empeñaríamos para tres meses. Siempre ha de ser usted lo mismo. Por gustar tanto del quedar bien, se ve ahora tan pobre.

¡Je, je! El tenorio volvió a reir como el conejo. No era cobarde: al contrario, tenía fama de quisquilloso y espadachín: pero, como casi todos los valientes, necesitaba público. La perspectiva de una muerte oscura a manos de un loco, no le hizo maldita la gracia.

Señá Benina, ¿está usted en sus cabales? En ellos estoy, Teresa Conejo, como lo estaba cuando te presté los mil reales, y te salvé de ir a la cárcel... ¿No te acuerdas? Fue el año y el día del ciclón, que arrancó los árboles del Botánico... habitabas en la calle del Gobernador; yo en la de San Agustín, donde servía... que me acuerdo. Yo la conocí a usted de que comprábamos juntas...

Así me gusta verle a usted me dijo , y no con la triste catadura de estos días atrás. Pues a ella volveremos, amigo Neluco le respondí , si Dios no hace el milagro que le pido. Sin embargo, usted se reía ahora... La risa del conejo...

De pronto incorporábase con nervioso impulso, y dando un salto desaparecía en la obscuridad, entre sonoro rumor de vegetaciones rotas. Pep explicaba este arranque silencioso. No era nada; algún animal que andaba errante y perdido en la sombra: una liebre, un conejo que había husmeado con su sensible olfato de perro cazador.

Palabra del Dia

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