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Actualizado: 11 de mayo de 2025


En la otra población situada a corta distancia, apretada, silenciosa, comprimida en sus casitas blancas entre sombríos cipreses, los habitantes invisibles eran cuatrocientos mil, seiscientos mil, tal vez un millón. Luego, en Madrid, había pensado lo mismo una tarde que paseaba con dos mujeres por los alrededores de la villa.

La plática se hizo más alegre, pero más suave y discreta también. Largo rato sonó en el rojo gabinete un cuchicheo amoroso sobre el cual estallaba de vez en cuando el eco de una carcajada comprimida ó el rumor de un beso. La blonda extranjera estuvo como nunca tierna, mimosa, embriagando á su noble amante con dulces y exquisitas caricias que jamás éste conociera.

Juanito no necesitó más para soltar el chorro de su verbosidad comprimida; y atropelladamente, habló de su porvenir, trazando con furiosos brochazos el cuadro de su felicidad. Tenía dinero... venderían el huerto de Alcira... compraría una tienda.

Y para desengrasarse de tanto lirismo, de tanta Historia comprimida, repetían las frases ingeniosas del patriarcal Orense, los chistes del marqués de Albaida, ¡un marqués que estaba con ellos, con los viñadores y los gañanes, acostumbrados a respetar con cierto temor supersticioso, como seres nacidos en otro planeta, a los aristócratas poseedores del suelo andaluz!...

Aún esperaba él el remedio de tantos males: que manase de nuevo con abundancia el represado manantial americano; que se regenerasen los pueblos del Nuevo Mundo, y que su comprimida superior cultura retoñase y apareciese espléndida antes de que desapareciese la civilización europea en medio de las convulsiones de un horroroso cataclismo.

Entablóse una acalorada disputa. El dialéctico tabernero llevó, como es natural, la mejor parte. Al cabo deshizo, pulverizó á su adversario. Como hubo murmullos de aprobación y risa comprimida, el minero quedó fuertemente desabrido. Martinán, una vez derrotado su adversario, ya no se acordó más de él y se mezcló á otro grupo buscando nuevo contendiente.

Después, el maestro volvió a su tarea, pero las líneas del cuaderno se desarrollaban en largas paralelas del interminable camino, sobre el cual parecían pasar, en la noche, figuras infantiles gimiendo y suspirando. Entonces, pareciéndole la pequeña sala de la escuela más lúgubre y comprimida que antes, cerró la puerta y regresó a su casa. Al día siguiente, fue Melisa a la escuela.

Al principio el egoísmo de la madre triunfó y se alegró de aquel rompimiento que suponía. Conoció que su hijo no se humillaría jamás a pedir una reconciliación, que antes moriría desesperado como un perro, allí, en aquel lecho donde había caído al cabo, después de pasear la cólera comprimida por toda Vetusta y sus alrededores, de día y de noche.

Tenía el vientre colgante, y las piernas, completamente desprovistas de carne, parecían dos bastones forrados de cuero. Tenía cara más de mono que de hombre; la cabeza, aplastada; la frente, comprimida; la nariz, chata; las mandíbulas, abultadas; las orejas, largas; los ojos, pequeños y de brillo extraño, y la boca, tan grande, que le llegaba casi desde una oreja a la otra.

Al separar mis manos crispadas de los hierros, sentí la presión de las suyas y una comprimida carcajada que me dejó confuso. ¡Eso! ¡eso! ¡Así me gusta usted, hombre! Ya iba empalagada de tanto dulce. ¿Qué quiere decir esto, Gloria? Quiere decir que no sea usted tan melosito, porque el jarabe cansa y el incienso marea.

Palabra del Dia

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