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En esta ciudad graciosa, de vida amable y fácil, más griega que romana, todos los pisos bajos de las casas plebeyas habían estado ocupados por pequeños comercios. Eran tiendas con la puerta del mismo tamaño que el establecimiento: cuevas cuadradas, iguales á las de los zocos árabes, que dejan ver hasta sus últimos rincones al comprador detenido en la calle.

El otro, más joven y de mejor traza que éste, que pasea alrededor de los novillos examinándolos con gran atención, es el comprador: llámanle Ogenio Berezo, y es de las inmediaciones. De los que forman el círculo, los cuatro son meros curiosos que, á título de conocidos de los primeros, se han aproximado al olor de la robla.

Dijo que a él acudía, como hombre práctico en negocios, y perdiéndose en un laberinto de circunloquios, explicó a su manera el apuro en que se encontraba: un pagaré a saldar al día siguiente, una casa con qué hacer frente a este saldo y un comprador que faltaba, ¿qué podía intentarse? El caso era grave.

Grande fué la sorpresa del pilluelo cuando, siempre al lado del presunto comprador, llegaron á detenerse en la Capitanía del puerto. Allí fueron los sobresaltos y congojas; tanto que, á no estar muy listo el grave señor de las borlas, se queda sin su presa, que ya andaba en trazas de escurrir el bulto.

Agregado á esto, que no se comprendió á su tiempo el negocio que reportaban las invernadas balleneras, instalando almacenes bien provistos, y que la carencia absoluta de estos originaba la falta de competencia, siendo por lo tanto la consecuencia necesaria que los poquísimos productos se vendieran á precios subidos, puesto que la necesidad por parte del comprador y la escasez por la del tenedor, eran los elementos de aquellas transacciones, que poco á poco habían de dejar de operarse, á medida que fueron abriéndose otros puertos en que al par del abrigo, se encontraban almacenes, tráfico y comunicaciones.

La mujer, que come una manzana y tras de cada bocado que le tira se rasca la cabeza por debajo de la muselina, es la costilla de Antón Perales. El otro personaje, más viejo que todos los demás, y que observa el cuadro, taciturno y reflexivo, es convecino del comprador: llámase tío Juan de la Llosa, y asiste, á la sazón, en calidad de perito. Sus títulos al efecto están en toda regla.

Mil quinientos duros. No tengo más, aunque me lleve a la cárcel. No, no quiero hacer eso. Si me da Vd. ese dinero estaré satisfecho. 75 El prendero pagó y escondió el cuadro en la tienda, esperando al comprador. Pasó un día, una semana, un mes y no pareció. Entonces llamó a un pintor amigo, y le dijo: ¿Qué le parece a Vd. este cuadro? 80 Hombre, no es malo. ¿Lo quiere Vd. comprar? No, señor.

Los tendidos se iban poblando lentamente, y desde aquí al redondel mediaban saludos y gritos entre unos y otros, que convertían la plaza en un mercado. La voz de los vendedores de naranjas salía entre todas las demás; y las naranjas, cuando alguno las demandaba, volaban rápidas y certeras de las manos de aquéllos a las del comprador, por encima de las cabezas.

En esta escritura se expresa, que los demás bienes que se habian tratado de vender, no encontraron comprador, y que de esta mitad de agua se ofrecieron 1500 sueldos ad opus Domini Regis, para la obra del Sr. Rey, que seria indudablemente en la ALJAFERIA, pues no consta que nuestros reyes diesen este título á otra.

Don Ramón, el jefe del escritorio, recordando sus antiguas aficiones, comparaba la bodega de embarque con la paleta de un pintor. Los vinos eran colores sueltos: pero llegaba el técnico, el encargado de las combinaciones, y cogiendo un poco de aquí y otro de allá, creaba el Madera, el Oporto, el Marsala, todos los vinos del mundo, imitados con arreglo a la petición del comprador.