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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Además, sentía el miedo a los compatriotas, con los cuales debía vivir siempre, y cuya opinión era más importante para él que los aplausos del resto de España. ¡Ay, el terrible momento de la salida, cuando, vestido por Garabato con el traje de luces, bajaba al patio silencioso!
Sabemos que la falta de ilustración, el apocamiento, el egoísmo de muchos de nuestros compatriotas, y la audacia, la astucia y los poderosos medios de los que quieren allá el oscurantismo, pueden convertir la reforma en un nocivo instrumento.
La reina de los terranovas, en 1799, era una negra de más de cincuenta inviernos, conocida con el nombre de mama Salomé, la que habiendo comprado su libertad, puso una mazamorrería; y el hecho es que cundiendo la venta del artículo adquirió un fortunón tal que sus compatriotas, cuando vacó el trono, la aclamaron, nemine discrepante, por reina y señora.
La hija de Estrada-Rosa, lucía un traje elegantísimo recién salido del taller de una de las más afamadas modistas de París. Su belleza, de la cual sus compatriotas no conocían más que el delicado botón, se había convertido en rosa espléndida en los cinco años de vida refinada y elegante.
Renunciamos a describir la acogida que tuvieron los náufragos por parte de sus compatriotas: el Capitán puso el buque a su disposición.
Pensando casi en alta voz, y según iban subiendo a la iglesia del Carmen, el futuro historiador del Rey Don Manuel, más excitado por el amor de la humanidad que por el amor de la patria, deploraba y condenaba la ferocidad de sus compatriotas contemporáneos así contra los judíos en Portugal como allá en la India contra las diversas gentes, musulmanas y gentiles, que iban venciendo y sujetando.
Pues es la de los famosos caballeros de Calatrava, y no lejos de ella la de la Orden de Santiago. En el centro el estandarte real, y ó mucho me engaño ó hay también en esa fuerza muchos caballeros franceses. ¿Qué decís á ello, Don Diego? El prisionero de Tristán de Horla contemplaba con alegría y entusiasmo las brillantes cohortes de sus compatriotas. ¡Por Santiago! exclamó.
En torno de una mesa vio sentados a sus tres compatriotas, los graves y honrados comerciantes que le regalaban buenos consejos. Saludo a sus respetables firmas sociales dijo tomando asiento junto a ellos. Pero como interrumpía una conversación interesante, sólo mereció varios gruñidos a guisa de saludo.
Se les veía igualmente en los tranvías o estacionados en las puertas de tiendas y cafés. Saludábanse con espontáneo gozo, manoteando y gritando cual si fuesen compatriotas que se tropezaban después de larga ausencia. Alarmado Fernando por estos encuentros, recomendó a la joven cierta prudencia en su actitud. Podían verlos: después serían los comentarios en el buque.
Pero al mismo tiempo era válida la voz de que la viuda del indiano aborrecía de muerte a Lancia desde la humillante farsa con que sus compatriotas la habían regalado al casarse. El hecho de no haber venido cuando la muerte de su padre, acaecida el año anterior, lo dejaba bien probado.
Palabra del Dia
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