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Actualizado: 26 de junio de 2025
Maxi le arrebató el papel de un manotazo. «Te has quedado así como... estupefacta». Déjame en paz replicó ella con un despego que a su marido le llegó al alma. ¡Qué modales, hija! Ya ni consideración. Fortunata parecía que tenía sellada la boca. Comieron sin chistar; él se puso luego a estudiar y ella a coser, sin que el fúnebre silencio se rompiera. Acostáronse, y lo mismo.
44 Entonces él lo puso delante de ellos; y comieron, y les sobró, conforme a la palabra del SE
Y Sancho le respondió que era largo de contar, pero que él se lo contaría si acaso iban un mesmo camino. Llegóse en esto la hora de comer; comieron juntos don Quijote y don Álvaro.
Un buen cristalero tiene que ser diestro de manos. Para no hacer ruido en el cuarto cambiando muebles, Juan tomó un taburete y se sentó casi a los pies de la joven. Bebieron y comieron en silencio. Juan obedecía las menores órdenes de María Teresa, sintiendo una extraña voluptuosidad en resistir primero para verse despotizado y darse luego el placer de la obediencia. ¡Juan, este sandwich más!
Y comieron todos, y hartaronše: Y alçaron lo que šobró, los pedaços, doze ešportones llenos. Y los que comieron fueron varones como cinco mil: šin las mugeres y mochachos. Y luego IESVS hizo
Con otros pescadores vino Shumarkoff a llevarse los colmillos, de tres varas de largo. Y los perros hambrientos le comieron la carne, que estaba fresca todavía, y blanda como carne nueva: de noche, en la oscuridad, de cien perros a la vez se oía el roer de los dientes, el gruñido de gusto, el ruido de las lenguas.
9 Comieron extraños su sustancia, y él no lo supo; y aun vejez se ha esparcido por él, y él no lo entendió. 10 Y la soberbia de Israel testificará contra él en su cara; y no se tornaron al SE
Cuando estuvo a punto, el piloto rompió la concha a hachazos y extrajo la carne, que dió de comer a sus compañeros. No hay que decir que todos ellos hicieron honor al asado, después de veinte horas de ayuno. Se comieron la mitad de la tortuga, reservando para otra comida la otra mitad.
Mientras comieron, Fortunata contemplaba a su marido, más que en la realidad, en sí misma, y de este examen surgía un tedio abrumador, y la antipatía de marras, pero tan agrandada, tanto, que ya no cabía más. Y la perversa no trató de combatir aquel sentimiento; se recreaba en él como en una monstruosidad que tiene algo de seductora.
Praschcu era un mocetón grueso, barbudo, sonriente y rojo, que, a juzgar por sus palabras, no pensaba más que en comer y en beber bien. Durante el camino no habló más que de guisos y de comidas, de la cena que le quitaron al cura de tal pueblo o al maestro de escuela de tal otro, del cordero asado que comieron en este caserío y de las botellas de sidra que encontraron en una taberna.
Palabra del Dia
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