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Actualizado: 13 de junio de 2025


A los catorce o quince años empecé a sentirme mejor, a comer con más apetito y me puse hasta gordo, dado, por supuesto, mi temperamento; pero al llegar a los veinte, no si por el mucho estudiar o el desarreglo de las comidas, o la falta de ejercicio, o todo esto reunido, volvieron a exacerbarse mis enfermedades, y puedo decir que, durante una larga temporada, mi vida ha sido un martirio.

CAP. XIII. En que trata de cómo se juntaron, despues de un año pasado, los señores caciques, y cómo Inca Yupanqui hizo reparar los dos arroyos que por la ciudad del Cuzco pasan; y cómo casó los mancebos solteros que habia, y cómo dió órden en el proveimiento de comidas que en la ciudad del Cuzco eran necesarias y república dél. 79

Mas no se pasó mucho tiempo sin que la naturaleza diese el grito de alarma. De nuevo se presentó la antigua dolencia del estómago, más áspera que nunca, por la falta de método en las comidas y el desdén de los remedios oportunos. Y el constante padecer que le envenenaba todos los placeres, comenzó a influir de modo notable en su carácter: se tornó hipocondríaco, pesimista, irascible.

Con una de sus comidas á mediodía comentaba Gurdilo podría mantenerse la guarnición entera de nuestra capital; con una de sus cenas habría bastante para la alimentación de toda la escuadra del Sol Naciente.

Papá, siempre a caballo, recorría como un montaraz los campos y los bosques, no asistía regularmente a las comidas y para ninguna de nosotras tenía una buena palabra. Mamá, nuestra bonachona mamá, tejía sentada en su rincón y de cuando en cuando enjugaba sus lágrimas, echando en su derredor miradas inquietas para ver si nadie lo había notado. ¡Ah, , aquella fue una época bien triste!

Las comidas que daba en su casa no tenían rival, como no fuesen las cenas que daba en la de su querida. El mundo, que es siempre indulgente para los hombres, le perdonaba aquel derroche de su vida y de su fortuna. Además, hacía las cosas galantemente, porque sus placeres mundanos no levantaban un eco doloroso en su casa.

Maltrana, al recordar su pasado, preguntábase muchas veces cómo habían vivido sus padres. Los había visto reír volviendo de las comidas del domingo, con una alegría extraordinaria, pugnando él por cogerla del talle al envolverles la sombra del crepúsculo, defendiéndose ella, escandalizada por estar en medio de un camino.

Hacía algún tiempo que, preocupado de las desgracias por que pasaba María Teresa, y creyendo correcto participar de ellas, había vivido en lo que llamaba el retiro; es decir que se había presentado poco en el gran mundo, salvo en el club y en algunas comidas íntimas. Pero las palabras dichas a María Teresa lo desligaban.

Cuando caen enfermos, les piden salud y les ofrecen comidas, las que consumen en las sementeras y á la sombra del árbol llamado calumpang. Creen que las almas de los muertos vuelven á su casa al tercer día de su entierro, para visitar á la gente de ellas ó asistir á la ceremonia del tibao, que se reduce á tender un petate en el que esparcen ceniza, rodeando aquel de candelas amarillas.

No se oían los pasos, sino el golpe del fuerte bastón en que se apoyaba el Rey, y que con lúgubre compás sonaba en el alfombrado suelo. Desde el 19 de Julio hasta el 27 de Setiembre el Rey sufrió mucho de un dolor en la cadera izquierda; pero no guardó cama. Sus comidas eran penosas por falta de apetito.

Palabra del Dia

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