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Actualizado: 26 de junio de 2025
A la hora del almuerzo, los pasajeros comieron apresuradamente, deseando volver cuanto antes a la cubierta. Esperaban ver Buenos Aires de un momento a otro. Se iba aproximando el trasatlántico a la ribera argentina. No alcanzaba a distinguirse ésta por ser muy baja, pero sobre la línea del agua extendíanse algunos borrones horizontales, siluetas de lejanas arboledas.
Dé lo que doy fe porque lo vi.... Adelante.... Resulta de que, al caer la paré, quedó un juriaco abierto. Claro está. Y por ese juriaco entraron después, con perdón de usté, dos de la vista baja . Adelante. Y estos dos de la vista baja, con perdón de usté, me jocaron el güerto, me comieron las patatas, me tronzaron los posarmos y me desbarataron dos semilleros de cebollas....
Sentóse el licenciado Cabra, y echó la bendición; comieron una comida eterna, sin principio ni fin; trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una de ellas peligraba Narciso más que en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo huérfano y solo que estaba en el suelo.
Hecho esto, comieron lautamente; repartióse el dinero prometido con equidad y justicia; renováronse las alabanzas de Andrés; subieron al cielo la hermosura de Preciosa.
Decian los indios que les habia hecho grandes daños; porque cuando se bañaban, esta y otras de su especie, les rodeaban el cuerpo con la cola, y hundiéndolos en el agua, sin saber los indios lo que les sucedia, se los comian. Medí esta serpiente con mucho cuidado, y dividida despues por los indios en pedazos, se la llevaron á sus casas, y se la comieron cocida y asada.
Por último, dijo así con aspereza, remedando el hablar francote y brutal de la gente del bronce: «Chicáaaa..., no me beses más, que no soy santo. A casa» dijo la Sanguijuelera, saltando sobre el cáñamo. Aquel día añadió Encarnación a su olla algo extraordinario. Comieron en la trastienda, que más bien era pasillo por donde la tienda se comunicaba con un patio.
Poco a poco los vestidos fueron pasando de la cómoda a la cocina, por conducto de las prenderas. Últimamente, en un triste y húmedo día de octubre, se comieron el sombrero de paja de Italia. ¡Era el último plato! Capítulo IX La caricia del oso
Habiéndose acercado un poco mas á la orillas del mar, consiguió matar un lobo marino con un palo que llevaba, y luego se bebió la sangre de él, que le supo muy bien, y haciendo su fuego se lo comieron entre él y sus perros, y el pellejo se lo sacó en disposicion que le pudiese servir para echar agua.
Freya volvió la espalda, como si le ofendiese el recuerdo de su paso por este antro. El viejo camarero se ocupaba ahora de ellos, empezando á servir la comida. A la botella de vino vesubiano, completamente agotada, había sucedido otra distinta, que perdía poco á poco su contenido. Los dos comieron poco; pero sentían una sed nerviosa, que les hizo tender la mano hacia el vaso frecuentemente.
Antes morir aquí mismo. Nébel pasó todo el día disgustado, y decidido a vivir cuanto le fuera posible sin ver en Lidia y su madre más que dos pobres enfermas. Pero al caer la tarde, y como las fieras que empiezan a esa hora a afilar las uñas, el celo de varón comenzó a relajarle la cintura en lasos escalofríos. Comieron temprano, pues la madre, quebrantada, deseaba acostarse de una vez.
Palabra del Dia
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