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Actualizado: 21 de junio de 2025
¡Bien lo ha hecho usted! le decía el Doctrino á Lázaro. Yo me lo esperaba. Esta noche nuestro partido adquiere con la palabra de usted una fuerza terrible. Don Elías, puede usted estar orgulloso de su sobrino. Sí que lo estoy dijo Coletilla sonriéndose como acostumbran hacerlo los chacales y las zorras, á quienes ha puesto la Naturaleza una contracción diabólica en el rostro.
En esto Calleja, que parecía tener gran autoridad entre aquella gente, se agarró al brazo de Elías, y exclamó, riendo con la desenfrenada hilaridad de la embriaguez: "Ven, bravucón, ven con nosotros. Ciudadanos prosiguió, volviéndose á los otros: éste es el gran Coletilla, el mismo Coletilla. Seremos amigos. Nos va á presentar al Rey constitucional para que nos haga...."
No me hables más dijo Coletilla con voz reposada y lúgubre: ya sé que eres de esos, de esos á quienes no tengo palabras bastante duras con que calificar. Tu Dios es un ciego espíritu de libertinaje; la norma de tu conducta es el escándalo. Dime, insensato, ¿cuál es tu fin? ¿Qué ves tú en ese porvenir?
Un carcelero, que traía una linterna, alumbraba y guiaba á otro hombre que venía á visitar al preso. Este hombre era Coletilla. #Diálogo entre ayer y hoy#. Elías se paró delante de su sobrino.
Cuando sonreía á un liberal, malo. Este axioma cortesano tuvo gran boga del 20 al 23. Aquella noche estaba con Coletilla, su perro favorito. Sentados junto á una mesa el uno frente al otro, tenían delante unos papeles, que sin duda eran cosa importante por la atención con que los leían y anotaban y por la actitud satisfecha con que el Rey celebraba lo que allí estaba escrito.
En aquel momento, podemos asegurarlo, Coletilla habría quedado muy satisfecho si Fernando hubiera cogido en su cobarde mano la espada augusta de sus mayores, atravesándole con ella. Pero Fernando no hizo tal cosa. Coletilla sintió todo el menosprecio de su amo, y aquel puntapié moral le lastimó más que una puñalada.
¿Y para qué quiere verme á mí? Toma, para verla. ¡Qué ocurrencia! murmuró pensativa. En esto se sintió un campanillazo. Abrieron y entró Coletilla. Las dos muchachas seguían su coloquio cuando sintieron en la calle rumor de voces agitadas, algunos gritos y pasos precipitados. Asomáronse los tres, y vieron que discurrían varios grupos por la calle.
Si es Coletilla exclamó él del chirlo reconociéndole. Coletilla, el amigo de Vinuesa, el que anda por los clubs para contarle al Rey lo que pasa. ¡Que cante el Trágula! dijo el chalán, que estaba envuelto desde el pescuezo á la rabadilla en un ceñidor encarnado, por entre cuyo pliegues asomaba el puño de uno de aquellos célebres alfileres de Albacete que tanto dan que hacer á la justicia.
Este creyó reconocer la voz del sobrino de Coletilla, y se figuró que, después de tanta alarma, se reduciría todo á un simple asunto personal entre los dos. Abrió la puerta y repitió: ¿Quién es? Don Claudio Bozmediano, ¿está aquí? dijo Lázaro sin reconocerle. Tengo que hablarle de un asunto urgentísimo que no admite demora alguna. Pase usted, amigo. El criado que allí tenían trajo una luz.
Clara las tomó, las besó mil veces, les puso agua, las acarició, se las puso en el seno, en la cabeza, y no pudo menos de mirarse al espejo con aquel atavío; las volvió á poner en el agua, y, por último, las dejó quietas en un búcaro, que tuvo la imprudencia de colocar donde Coletilla ponía su bastón y su sombrero cuando llegaba de la calle. ¡Oh!
Palabra del Dia
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