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Para hacer este viaje toma el nombre de Don Pedro de Mendoza; un concurso singular de sucesos lo lleva á una posada próxima á Madrid, en donde conoce á un caballero, llegado de Méjico, que realmente lleva el mismo nombre, y otra casualidad hace también que, por una mala inteligencia de los criados, se cambien los dos cofres de Don Gabriel y del mejicano.

Sus brazos amarillos pasaban enormes fardos de las bodegas de proa y de popa a las chatas embarcaciones. Esta operación iba a prolongarse hasta la madrugada. Además de las mercancías, había que echar a tierra el enorme bagaje de la compañía de opereta: cofres de vestuario, decoraciones, equipajes de los artistas. Al entrar en su camarote, Ojeda experimentó la sorpresa de la inmovilidad.

Yo pertenezco a la burguesía y que si ella muestra a la plebe crédula un paraíso distante, de goces inefables, es para apartar la atención de sus cofres repletos y de la abundancia de sus sementeras. Después, más inquieto, hice decir millares de misas, rezadas y cantadas, para desagraviar al alma errante de Ti-Chin-Fú. ¡Pueril desvarío de un cerebro peninsular!

La melena blanca, corta y, desigual, agitábase erizada, sacudida por el viento; lucía un corpiño de color de ala de mosca, prendido con alfileres, y en la falda, mezquina y desgarrada, un landre voluminoso lleno de llaves de alacenas, cofres y arcas.... Iba cantando, en voz de falsete, plañídera y, tenaz, una extraña canción hecha con refranes y majaderías.

Sus caballos iban cargados con dos anchos cofres cubiertos de una tela alquitranada, de una ligereza extraordinaria, pero tan grandes, que el jinete no podía montar más que sobre la grupa, donde se sentaba como un timbalero delante de sus timbales; además, pieles de carnero rodeaban sus cascos, de modo que era imposible oírlos cuando marchaban al paso.

No me parecía prudente enterrar allí los cofres, y busqué otro punto mejor. Todas aquellas lomas y montículos del río, formados de arena, probablemente cambiarían de posición y de forma al impulso del viento del Sahara. Era necesario encontrar jalones más firmes.

A cierta distancia se miraban venir veinte cebras y veinte jirafas, que conducían en cofres de sándalo y maderas preciosas los vestidos, regalos, el alizaque o dote de la novia, y luego, entre una comitiva numerosa de jeques y ancianos, jefes de los cabilas y linajes, se dejaba ver un riquísimo palanquín colgado, de brocados y randas, y con varales de coral y madreperla.